Don Ignacio

La pena, pena.

Siempre pensé que la pena que sentía 

de tu ausencia venía

del sabor del fruto podrido de tu lejanía 

pero en mi pasar

y con mi mirada fija en el las piedras de la calle 

medito sobre lo que realmente me conmueve 

y es verme en la obligación

de dejar de amarte

de mirar a un lado

y descubrir

el inmenso mar de peses dorados que espera.

Así que a la ahora mas cálida de un día de otoño

pido perdón a la dulce hada que sobrevoló los bosques embrujados de mi corazón

es la hora, la tírste hora 

de marchar,

mi amor.