Vargas Tapia Luis

Claustro

 

Amado mío, dame a beber un poco de tu respiro,

Que la noche de sombrías visiones está enclaustrada.

Déjame recrear mis dedos entre la fineza de tus rizos,

Y así no de las penumbras la veste desgarrar en vano.

Ya las marcas de mí lacerada alma se bosquejan en mi mano,

 Y prolongan la fragilidad de mi cicatriz más delgada.

Abrevan mis pupilas aún la furia de aquél cielo bermejo,

Que en ópalos de los habitantes el cariz bramaba;

De aquél lugar que se refugiaba en agonizante estrenuidad.

En cuyos rostros desesperación y adusta pena se aglomeraban, 

Y calles sollozaban las reverberaciones de la calamidad.

II

A la orilla del día, al precipicio de la noche ,los amantes

Susurraban pasiones que consumían el hálito en canciones

Para cumplir en la exuberante levedad  de aurora,

La dicha vedada del deseo que seduce el  tálamo ajeno

Mas por haber sido defensores y mártires del ahora

 En la propagación infinita del pasado, florecieron en el cieno

Su recuerdo en rosas, que una vez deshojada su espirada fragancia,

Destilaban la seda placentera de la cicatriz aromática de Leda,

Que manos de mujeres moldeaban con sensual destreza

 En veladoras que cegaran las tinieblas de la inspiración queda,

En ofrenda a bardos que para vencer la senil pereza,

De los amantes necesitaban ante el alba su pasional flagrancia.

 

Entré al lugar en que privado éstos residían

De toda emoción violenta. Donde de milenarios vacíos los estantes

De libros repletos estaban, mas la sorpresa

Más grande que recibí, fue una pequeña de fulgurantes

Ojos engastados de inocencia opaca. Al instante presa

Fui de un dolor tan fresco y cristalino que sacié de mis rencores

Su ardid, y de mis frustraciones su sed. Lo abandoné todo en una puerta

En la que al entrar, un juglar refugiado en la soledad,

En aquél aposento donde la oscuridad cegaba

Los párpados de tinieblas, absorto en la vastedad

De su alma, precipitándose apasionada en el vacío,

Inflamándose con más intensidad, devoraba el frío.

 

En sus dedos yacía toda su memoria

 Y Las palabras que voz tuvieron vez alguna.

Los versos que en su lecho aquella noche de luna

Le arrebataron en éxtasis el miriñaque tejido de pudor,

Despojaron la pureza de su cuerpo, y de su existencia el candor,

 

En un principio ella había decidido sus encantos

No cederle. De lamentos le dejaba los labios resecos;

Locos los brazos de asirse a los perfumados mantos

De su  púbero ser; y los ojos exhaustos

De llorar por tan motivos incomprensibles e infaustos.

 

Desesperado entonces se entregó al fuego ambicioso

Que devoraba su espíritu en la locura,

Así que Firmó con la paz de su alma para asfixiarse gozoso

En la humareda de sus esperanzas incineradas,

De sus días y noches inútilmente desgastadas.

 

Esa fue la causa dolorosa  de su estado desgraciado,

Incólume de los años, en el olvido petrificado,

A  refocilar en el silencio de la eternidad,

La romanza que profanó de las ninfas la risa, el augurio

De los cipreses del follaje, y de los ríos la corriente la cristalina amenidad.

 

¿Y cómo todo esto sé amado mío? Porque en el  sopor del miedo,

Desee embestir las fronteras de la humana mesura,

Desee del indómito frenesí  protervo,  y de la hermosura desventura,

Ser de su canción testigo maldita, delirar en el disfrute de la perdición,

Desfallecer en el ágape de la carne; ¡ser una mártir de la pasión!

Que en mi pecho aprendió a despreciar la serenidad,

Que en mis caricias  conoció y despidió de la vida el calor…

Y en las letras de mi nombre con desvelo

Compuso su epitafio, y a perderme en lo terrenal, me entregó con recelo.

Al fuego eterno: ¡Mi espalda fue toda la tumba de su libertad!

 

Mas un ángel  en el temblor de sus alas me estrechó,

Mi cuerpo sufrió la crucifixión de cada goce para morir,

Y toda mi alma hecha jirones por el pecado, resucitó en el alivio del perdón.

La luz que irradiaba de su apacible mirada

Curó el  letargo y la sed de mi espíritu.

Lloré por haber traicionado la misericordia de mi Dios,

Pero él me besó en la frente, y mi llanto en sus labios enjugó.

 

Al fin pude descansar mis sueños en su majestuosa faz,

Contemplando únicamente la frescura de su luz,

Cerrándome los ojos y el corazón en paz.

                                                             ***

Todo atrás quedo reducido en cenizas,

Como dulce madre la tierra los adoptó en su seno;

Los ecos pétreos de sus gritos los erosionó el olvido,

Rosas nuevas y flores, de sus restos retoñaron en el cieno.

Y tú amado mío, tu maldición quedó hecha trizas.

Y ahora que he llegado hasta ti, la vida jamás podrá separarnos.

Amado mío, dame a beber un poco de tu respiro…