Esperpento

De un lugar, un amigo

\"Y quizá en la muerte para siempre seremos,
cuando el polvo sea polvo,
esa indescifrable raíz,
de la cual para siempre crecerá,
ecuánime o atroz,
nuestro solitario cielo o infierno.\"

 

Heme aquí, amando este lugar de ennegrecidos muros
con su amplio patio lleno de enredaderas,
y, al fondo, un vayado como otro cualquiera
bajo un cielo de carmín oscuro.

 

Amo de él su lustroso brillo,
atrayente, sí, pero nada más,
y amo que d\'entre sus rejas
frecuentemente se cuele el viento
(¿para quedarse, quizás?).

 

Pocos saben si tiene dueño,
si al fondo del vetusto pozoñal
aún alguien vive;
pocos intentan entrar,
a pocos les quita el sueño
su pasado que allí transcribe.

 

Y es verdad que parece vacío,
que d\'entre su olor impío
un recuerdo a cadáver florece;
que antaño no lo amparaban dichos olores,
que siempre hubo lugares mejores...
que es justo lo que parece.

 

Pero aquella casa tiene memoria:
está triste; algo le duele;
a algo llora;
de algo muere;

 

y algo el viento ve tras el portón obtuso,
pues, aunque el tiempo se cansó de esperar
la mejora de aquél ruinoso lugar
peor que la muerte incluso,
a placer el viento
aún recorre por dentro
sin ningún decoro,
buscando en los cajones
tachuelas de oro
por regios salones.

 

Y es que amo este lugar
por la facilidad que tiene
para albergar al viento,
para aburrir al tiempo
que ya busca el momento
en que escapar;

 

y su surco triste,
su delicada fachada roída,
su clima dulcemente ausente
ante su ausencia de vida.

 

Lo amo, sí,
como amo este frío
que siento al mirar por sus ventanas
su corazón vacío por las mañanas;
como amo estas canas
en sus arroyos de hastío,
pasando indolentes entre las ramas
marchitas, lloviendo vulgares tesoros
de ausencias largamente infinitas
entre escollos de oro.

 

Y sí, lo amo
con su fugaz frenesí de dudosos cantares
(que ya no sabe quién de qué lares,
ni qué vientos,
ni qué noches dispares)
y sus funestas salas y tediosos lugares,

 

porque aquí hay algo diferente,
algo que brilla en su perenne sombra
siempre de luz ausente,
pues el viento de antaño pasaba indolente,
y en su tenaz travesía,
¿qué importó lo que allí no había?
Sólo quiso dejar su simiente.

 

Por eso lo amo,
por su eterno infortunio,
su raíz enconada
más y más en la misma herida
con su propio pus remendada.

 

Por eso lo amo,
por sus nubes lentas,
sus cortinas como velas rotas,
sus pasiones remotas,
su rechinar en las tormentas...
sus moscas, sus telarañas,
sus mortecinos fanales,
sus tristes historias siempre iguales,
sus sótanos demasiado viejos,
recuerdos de náufragos espectrales
que aún cantan a lo lejos...

 

Por eso lo amo,
porque recuerda,
porque le falta,
porque no alberga
(es,
en su propio mundo,
nada).

 

Y lo visito,
constantemente lo busco
y, desgraciadamente, siempre lo encuentro
en su fachada mohosa y humedecida
completamente entregada al viento
que el tiempo volvió irrespirable.

 

(Aquí el cielo y el infierno son uno
en su tejado gris)

 

Y lo visito, adorándolo,
lo compadezco,
lo acompaño en su larga búsqueda
y su fatídica luminosis,
y lo padezco...

 

Y no importa que esté vacío del todo,
pues este lugar siempre estará conmigo,
y mis propias arrugas lo irán haciendo viejo...

 

Sí, envidiad todos este amigo

que no es más que mi espejo.