Recomendación : Leer hasta el final o leer antes
el comentario sobre el poema.
Iba paseando por tomar el aire,
Y me encontré, de repente, por la calle,
Detrás de una chica con delgado talle,
Que caminaba con un gran donaire.
Imposible resistir la tentación.
No pude por menos de piropearla.
Luego, ya a su altura, al adelantarla,
Observé su cara con mas atención.
Me fijé primero en su gran nariz,
De esas que marcan, que crean escuela,
Aunque bien mirado, quizá son secuela,
Que todo depende de un sutil matiz.
Me vino a la mente, no sé la razón,
La imagen del loro que se constipó,
Y que, en una de estas, cuando estornudó,
Se clavó su pico en el corazón.
Por buscar belleza, me fijé en sus ojos,
Y observé enseguida que estaban cruzados,
Como divergentes o desenfocados,
Lo que vulgarmente se llaman bisojos.
Y pensé al instante en la gran ventaja,
Que puedes sacarle a esta variante,
Cuando con un ojo miras a Alicante,
Con el otro ojo miras a Gibaja.
Y yo que estoy hecho a la antigua usanza,
Y que a veces pienso como un caballero,
Aunque era muy fea, de aspecto muy fiero,
Le invité a un café sin ninguna chanza.
Ella sonriente, lo aceptó gustosa,
Y toda la tarde pasamos charlando,
Y mientras hablaba yo la fui observando,
Y al cabo de un rato, ya cambió la cosa.
Ya no me acordaba que ella no era guapa,
Pues era agradable, de bella sonrisa,
Con una voz suave, hablaba sin prisa,
Y se fue quitando, del alma sus capas.
Dejó al descubierto su corazón limpio,
Me contó su vida de gran sufrimiento,
Me agradeció mucho aquellos momentos,
De su aspecto horrible, no quedó ni ripio.
Tras aquella tarde descubrí contento,
Toda la belleza de aquella mujer.
Y lo interesante que es el saber ver,
Todo el contenido que uno lleva dentro.
Porque muchas veces, muy frecuentemente
Apenas pasamos de las apariencias,
Perdiéndonos siempre, por las reticencias,
La belleza interna que tiene la gente.
Abril de 2015
Jose Cruz Sainz