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El viaje a la luna que venciĆ³ la muerte

Le pusieron candados al amor,

pero él les estropeó el plan

cuando la besó hacia el cielo en la noche.

                                               

Tal vez les hubiese gustado arruinarlo

al haberlo privado de la libertad,

pero fue más fuerte la comunicación con la luna

que las cadenas oxidadas de la sociedad,

y el ruido ensordecedor de los kilómetros vacíos.

 

Susurraban al oído de nadie

las promesas más hermosas,

unicornios, gaviotas, palomas mensajeras;

ellos se escuchaban y arrullaban a la distancia,

como quién reta a la física del universo

y al dios artificial que sangra por los clavos.

 

Nadie imaginó que vencerían el hambre,

el frío, la soledad, la cólera; la muerte.

Fueron mil días extraviados al rayo del sol,

y mil noches al abrigo de un plenilunio eterno.

 

Narraban a la luna sus plegarias, sus anhelos,

todas las reminiscencias  de sus días de oro.

 

Nunca se les vio tristes o taciturnos, con ira o desasosiego;

puesto que los dos estaban convencidos

que en otro punto, estaba su complemento,

el receptor de los poemas de su corazón,

el presidiario preso por la injusticia,

leyendo cada palabra, inmolando cada gesto,

recibiendo cada beso y enviando a cambio un abrazo,

todo, todo, plasmado en el cutis de su aliada eterna.

 

Muchos años después, en una noche cualquiera

se vieron a lo lejos dos fantasmas enamorados,

dos almas reencontradas danzando al infinito.

Ellas, a llegar a su destino de siempre,

a su aliada indiscreta que une corazones

y rompe toda barrera de lo imposible,

camino a dormir en el lecho de su confidente:

emprendiendo así el viaje a la luna que venció la muerte.