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Sólo existen dos estaciones

INVIERNO

Llevaba eternos inviernos

esperando a que la nieve muriera,

meses congelados por su ausencia,

días a oscuras sin praderas.

 

Eternas nevadas rompían cristales,

sellaban mis ojos con celofán negro,

y yo sólo añoraba la primavera,

echaba de menos su presencia.

 

Sentí morirme de frío

aunque tuviera siete cobijas encima,

sentí la soledad del ermitaño

aunque mi casa estuviera atiborrada de gente,

lloré de manera inconsolable

aunque mi rostro permaneció petrificado.

 

Fueron horas de epístolas al vacío,

fueron los pensamientos más nostálgicos

de toda mi vida.

 

Fue la prueba más persevera que el amor tiró sobre mí.

 

 

PRIMAVERA

 

La he visto bajar del tren,

el vestido de rosas bañaba el calor de sus piernas,

su cabello con movimientos díscolos

retaba al viento de aquella estación.

 

La vi más hermosa, más radiante,

sólo tenía ganas de poseer su cuerpo hasta el final del otoño.

 

En un instante en el que la actividad requiere pensar,

en donde los protocolos de la unión

exigen una ardua tertulia,

de libros, de historias, de ciencia;

mi cabeza sólo procesaba adrenalina

y sentía que el corazón se me había trepado hasta la garganta.

 

Le callé el discurso con un beso,

le interrumpí la mímica con movimientos lentos;

le estropee el protocolo del rencuentro.

 

Ella cedió a mis impulsos obscenos.

 

Quería que le besara cada centímetro de su existencia,

y que recorriera con la lengua

la brecha que separa lo humano de lo bestia.

 

Yo sólo sentía vibraciones,

sólo sentía extremidades que desobedecían

a las terminales nerviosas de la mente,

porque amar es de inconscientes,

amar es de súbditos a los impulsos,

a las pasiones, a lo irracional.

 

Fueron los meses más felices,

fue la época de oro de mi vida.

Nada podía ser mejor,

las frutas, la esclavitud a su ser,

las orquídeas por doquier,

el aroma del amor en cada rincón.

 

Nada podía estropear el palacio,

ninguna amenaza tenía valor

dentro de tal perfección.

 

No pensamos, sólo acariciamos,

no contábamos los días, ni las noches,

porque ya no era necesario,

nos apartamos del mundo,

nos divorciamos de toda lógica humana latente.

Vivíamos un sueño de magia,

un tierno adagio eterno.

 

De repente el viento helado,

de repente las lágrimas vivas,

el celofán negro volvió a mis ojos,

el tren hizo su último llamado del año

como anunciando la sentencia del invierno,

del infierno de hielo en el ambiente,

y el retorno de la soledad a mi vida,

el retorno de las epístolas y la tinta al vació.

 

Entonces, opté por volver a escribir sobre el invierno.