Contemplo tus tejidos, vestiduras eternas,
rastros de tu vivencia inmemorial.
Reniego el resplandor de luces arrogantes,
que no se comparan con tu cultura celestial.
Arcilla refinada por el ímpetu de tu mano:
moldeaste vasijas, tejiste cuerdas, cargaste alforjas incansables,
elevadas desde la tierra más antigua,
refugio de tu nombre y de las piedras inquebrantables.
Aquí tus pasos, junto a los vuelos del cóndor,
forjaron acueductos que domaron las aguas.
Aquí el desierto se hizo tu aliado y se rindió,
descansaron tus pies al lado del rayo.
Aquí descansó la noche, y cantó el lucero.
Aquí dejaste los rastros de tus tibias.
Aquí sembraste libertad en los senderos
entre los vientos, la luz y cordilleras bravías.