kavanarudén

El arte de ser auténticos

 

 

Siempre me he sentido atraído del tema de la evolutividad del individuo.

 

Esa capacidad que tenemos los seres humanos de cambiar, de mejorar, de no dejarnos influenciar, de tal manera del pasado, que nos condicione negativamente la vida en general.

Quizás me siento tocado particularmente porque no tuve una infancia feliz. Siento cierta la frase: “No podemos regresar al pasado para cambiarlo, pero sí podemos optar. Optar porque el pasado no condicione negativamente el presente y en consecuencia el futuro”.

Que alce la mano quien en su vida no ha vivido momentos dolorosos, fuertes, que nos han marcado de alguna u otra manera. Que han producido heridas dentro. De mayor o menor intensidad.

 

Forma parte del crecer, del vivir, del evolucionar.

Crecer, hermosa palabra, pero que conlleva en sí, cierta dramaticidad.

Existe un drama allí donde el ser humano se pone ante su conciencia y decide sobre la propia vida, tomando una decisión que solo él puede tomar en aquel momento existencial, y que implica siempre, de una forma más o menos marcada, algo definitivo o en todo caso destinado a dejar huella.

Esta situación, (hablo desde mi experiencia y no me pongo como modelo) no hace fácil el escoger, el optar.

 

Un autor ha escrito que el hombre si tuviera la posibilidad de “no escoger” lo haría. No elegiría jamás o pospondría infinitamente las decisiones que tomar, o las delegaría a otros, o si no tiene más remedio que hacerlo, dejaría siempre una puerta abierta para que la elección hecha no fuera irrevocable.

 

Miedo, sí, miedo a la libertad que tanto decimos querer, porque, esa misma libertad aumenta el abanico de elecciones y elegir es terrible, sobre todo porque implica una responsabilidad personal, hasta tal punto que hemos creado un mundo (y un modo) en el que todas las decisiones son revocables: te dejo embarazada, pero puedes abortar; me caso, pero podemos divorciarnos; prometo quizá a Dios esto, pero si me cuesta mucho lo iré dejando para más adelante hasta perderlo. Cada decisión, en efecto, implica una renuncia.

 

No queda otra, la lucha. La lucha por ser auténticos, verdaderos seres humanos. La lucha es el terreno vital natural para el crecimiento del individuo: por un lado, muestra la seriedad y el valor con el que se afronta el drama del crecimiento personal; por otro, ofrece una ocasión apta para que sea una madurez real, el paso de una fase a otra de la vida. La lucha es la prueba de que el sujeto quiere cambiar realmente, demuestra que las crisis tienen un sentido a nivel de un crecimiento y una superación.

 

Dura esta lucha, pero necesaria si se toma la vida en serio. Al final se acostumbra uno a esa lucha que no te das cuenta porque se convierte en la actitud fundamental, el querer mejorar; superar las situaciones dolorosas, aprendiendo de las mismas ver la vida desde otro punto de vista; vivir, existir, amar con libertad.

 

Sigamos luchando por ser auténticos. Ser verdaderamente seres humanos en plenitud. Un reflexión que la aplico a mí mismo. Un pensamiento a voz alta.