kavanarudén

Misiva al viento

 

 

 

 

Te mandé una carta con el viento, con el susurro mañanero y fresco que entraba por mi ventana. Poco después sobrevino un temporal. Temí que mi carta se perdiera entre nubes oscuras, relámpagos, truenos, en medio de la tormenta.

 

Me acerqué a mi ventana y observé detalladamente la fuerza de la natura. Me sentí pequeño ante tanta maravilla. Recordé mis días de antaño, cuando en el pueblo, corría debajo de la lluvia, con un solo pantaloncito que si me descuidaba, me llegaba a los tobillos y me hacía caer. En más de una ocasión me los quité y corrí en medio del campo, como Dios me trajo al mundo. ¡Que enorme libertad sentía! No faltó un espía que refiriera a casa mi osadía y, al llegar, mi padre me esperara con la correa en mano. No me importaban los azotes, porque en medio de la lluvia me había convertido en un héroe que había matado al malvado dragón y salvado a la princesa; en un guerrero que había ganado una guerra importante y se había convertido en el héroe de toda una nación; en un gladiador romano, valeroso y fuerte, invencible… Por más dura que fuera la zurra, ni una lágrima brotaba de mis ojos oscuros, cosa que le hacía molestar aún más y aumentar sus arremetidas. Nunca supe si los correazos eran por correr debajo de la lluvia o correr desnudo debajo de ella. Total poco importa ahora.

 

Seguí oteando al horizonte. Solo contemplaba y me dejaba llevar por mis recuerdos y mis sentimientos. La lluvia persistente caía. Me sentía sereno, tranquilo.

 

El viento peinaba fuertemente los árboles, moviéndolos de allá para acá, se escuchaba su choque en mi ventana. Pensé en la misiva enviada y me pregunté donde habría ido a parar. Si había podido cruzar toda esta fuerza y llegado a su origen, a tus manos cálidas que adoro besar, que conocen cada parte de mi cuerpo y lo hacen temblar con un simple roce.

 

Para mi gran sorpresa, a pesar del mal tiempo, llegó tu respuesta que puso fin a mi preocupación. Llegó a través del reflejo de un relámpago, intenso, fuerte, sugerente. Con ávida curiosidad la leí y releí. Me deleité en cada palabra escrita con tu aliento, con la tinta de tu aroma, de tu perfume. Tu perfecta caligrafía adornada con tu recuerdo dejó su belleza sin igual en mí. En medio del la ausencia presente estabas. Sentí tu caricia en mi rostro, tu beso suave y dulce cual miel silvestre. Cerrando los ojos pude escucharte como me la leías pausada y pasionalmente. La soledad me abandonó, corrió acompañada de la melancolía, en medio de la tormenta fría.

 

Solo quedéme en tu compañía, repitiendo cual letanía, el final expresivo y hermoso: te quiero vida mía.