He visto desde la profundidad del mundo,
desde los crepúsculos esperanzados,
desde la nube blanca enlazada al mar,
la triste soledad de mi pueblo amado.
He mirado, mientras callaba la noche,
el trepidar de las penas apretadas
que engullen los obreros en los campos
mientras encienden amores de la nada.
Innumerables he contado los lamentos
de los perseguidos, de los provocados,
entremezcladas rabias y dignidades,
infamias y noblezas sin pasado.
Te he esperado, justicia, en las montañas,
descender en tu potro sin bridas,
engarzada entre relámpagos azules,
con tu mano serena, cual vasija de vida.
Inertes, inútiles horas han concebido
tu llegada vestida de canto transparente,
derribando las murallas indolentes…
pero tardas… y desconozco tu rostro.