Carlos Fernando

Introspección

Se sumerge el buzo

pescador de perlas

traspasando la superficie

ondulada del mar.

 

Sin ocupar artilugios se hunde,

en su trayecto casi vertical,

dejando los haces tenues 

de los rayos de luz que se quedan detrás.

 

Baja a profundidades

que de inmediato cierran

las aguas que ha pasado ya

cortando con su cuerpo el mar.

 

Donde la luz es un vestigio apenas,

llega y comienza a hurgar casi a ciegas

palpando en la arena; se corta un poco.

Y un poco sangra al tocar,

los filos de una roca sumergida,

y a tientas consigue diferenciar texturas,

quizá algún pez que se aventura a pasar

nadando con soltura.

 

Toca aquí, toca allá,

apenas sus ojos miran en la profundidad.

El tiempo que pasa en el fondo,

comienza a ser vital.

 

Y el buzo con fatiga apenas puede alcanzar,

la ostra que busca y empieza a forzar

las valvas de la concha donde la perla escondida está.

 

Se asfixia lentamente,

parece que se ahoga,

el aire le falta ya.

 

Y en un esfuerzo último,

las valvas de la ostra logra separar.

Con sus dedos tullidos logra tocar la perla.

La joya preciada motivo de su afán. 

 

Exhausto y victorioso

la consigue arrancar del lecho

donde reposa.

No se atreve a mirar,

ni puede

en medio de tal obscuridad.

 

La tiene, lo sabe.

Y antes de sucumbir

emprende el nado de regreso,

llevándose la perla que descendió a buscar.

 

 

Carlos Fernando ®