¡Ay, mujer! Usted que se desprende de mí
cual si fuera yo un zapato viejo, como un
tacón de esos que no puede volver a usar,
de aquellos que abundan en su ropero sucio.
Usted que no sabe si me ama o se le hizo
costumbre que estuviera siempre a su
dádiva, remendándole el cuerpo con mis
lágrimas y lamiendo el piso que sus pequeños
pies pisaban.
No sé por qué huyó aquella noche si lo
único que siempre quise fue posar
mis labios con los suyos, para beber de su
néctar que hoy alguien más disfruta, pero
es que tan presente tengo sus lágrimas de
aquellos abriles cuando me pedía que no la
dejase jamás y es donde me pregunto,
¿Dónde está su amor?
Mujer, usted que tan fugaz llega a mí para crear
estragos y se arrepiente de mi lejanía como una
chiquilla malcriada, no puedo prometerle
volver como antaño para con su déspota ironía.
Usted y yo visualizamos paisajes distintos,
yo sé que hay más vida de estas cuatro paredes,
más usted, se ha acoplado al estrecho de su cama.
A usted que le quise lo más humanamente posible,
que en la transición de quererla se me fue olvidando
cómo quererme yo, a usted que le entregué la vida
para que después de su adiós me quedara con la
amarga soledad que me acogió al verla posar
su amor por otros cielos.
A usted mujer de amores por estaciones con fervor
le pido que no utilice corazones para olvidarme,
porque ambas sabemos que en aquella mudanza
mi cuerpo se fue pero usted, atesoró mi recuerdo
como quien lo hace desahuciado por la vida. Mujer,
mujer de muchos rostros de usted me despido, con
locura y una composición de remembranzas que usted
y yo por la cobardía dejamos perdidos entre su casa y la mía.
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