Raúl Daniel

¡Una mujer de verdad! (Espejo 192)

 

Tú eres una mujer diferente

y no vas a ser una “mantenida”

como la gran mayoría,

eres autónoma y eficiente,

¡tu coeficiente intelectual

es normal!

 

Siempre creíste que era una desgracia

que no hubieras tenido mamá,

no pienses así,

Dios no hace nada mal.

 

A ti no te lavaron el cerebro,

como a las otras chicas de la vecindad,

y, ya ves, la que no está casada,

por lo menos abortó

o está embarazada.

 

Dicen de ti que eres rara,

pero no te pueden acusar,

porque saben que tuviste algunos novios,

sólo que no estás apurada.

 

Ni siquiera tú conoces el secreto

de lo que le pasa a tu alma,

y es por eso que me meto en tu vida

y te escribo esta carta.

 

Casi nadie se da cuenta de lo que sucede,

pero, es tan grande y tremendo el error,

como un elefante en una sala,

disfrazado de velador.

 

Sin que se den cuenta,

cuando aún son nenas,

sus propias mamás ya les enseñan

a valerse de las artes femeninas,

léase: especulación y mentiras.

 

Bajo duras advertencias las limitan,

y con repetidas lesiones, capacitan.

La meta: Que parezcan

siempre carenciadas,

necesitadas de apoyo, desprotegidas.

 

El propósito:

Conseguir algún varón que las mantenga,

para, después ¡parecer su víctima

el resto de la vida!

 

No solamente las mamás les enseñan,

participan en la tarea,

cuantas viejas se hallan en la familia,

primas, tías, abuelas.

 

“¡Dejá ese martillo y esa pelota,

que son cosas de varón,

vos jugá a las muñecas

o vení a mirar televisión!”

 

“Estar en la casa todo el día

sin ir a trabajar a la calle

es un verdadero martirio;

pero que vamos a hacer,

¡nos toca a las mujeres

semejante sacrificio!”

 

“Cocinar, ir al mercado,

charlar con los vecinos,

aburrirse con novelas por las tardes,

jugar con los niños, ¡qué suplicio!”

 

“Hablar por teléfono horas enteras,

cambiar pañales, preparar mamaderas,

la obligación femenina de la maternidad,

toda una cruzada, ¡qué barbaridad!”

 

¿A quienes quieren engañar?,

¡sólo a sí mismas!,

por simplemente: ¡especular!

Y lo triste es que gran parte de la gente,

hombres y mujeres ¡piensan igual!

 

Una vez supe la historia

de un hombre que iba a su oficina,

estaba apurado porque se le hacía tarde

y su jefe era estricto en disciplina.

 

Llegó tan tarde que lo suspendieron

 y mandaron a su casa ¡por siete días!,

no le creyó su jefe lo del auto descompuesto,

(porque decir la verdad, ¡no le salía!)

 

Tampoco a su mujer se la quiso contar,

(por eso de los celos y quién sabe qué más).

 Yo me enteré, porque en el bar,

tomando copas me reveló su secreto.

 

-“Es tan tonto, (me decía),

pero es más fuerte que yo,

porque mi mamá me enseñó

que ayudara a las niñas.

 

Fue al doblar una curva,

yo iba bastante rápido

y por poco la atropello,

su auto estaba en la banquina,

pero ella sacaba el cuerpo.

 

Se encontraba inclinada,

mirando cerca del suelo,

(y sus nalgas levantaba),

¡apreté rápido el freno!

 

Regresé a la reversa,

especulando los hechos,

a esa hora nadie para,

¡por más que uno esté muerto!

 

No era algo difícil,

sólo una goma pinchada,

pero no tenía gato

y había tuercas oxidadas,

 

No me importó que mi ropa

se arrugara y ensuciara,

me olvidé lo tarde que era,

(ella estaba que lloraba).

 

No sabía cambiar cubiertas,

me dijo que se llamaba Marta,

que el auto se lo habían prestado,

que venía de una farra.”

 

Como esta historia, ¡mil!

te podría relatar…

todas terminan igual:

(un poquito sonrojada),

-“¡Gracias!” (con amplia sonrisa),

y el boludo: -“No, por nada…”

 

Me gusta verte leer

e interesarte en política,

en historia y geografía;

me gusta verte pintar

las paredes y las sillas,

¡que no te guste lavar

ni planchar ni las novelas,

que terminaste la escuela

y sueñas la facultad!

 

¡Carajo, que te escapaste

de engaño y mediocridad!,

¡Vas a ser una mujer,

una mujer de verdad!

 

No vas a buscar un esclavo,

educado y servicial;

no vas a ser una vulva

en subasta o remate,

y vas a desarrollar

tu propia personalidad,

no copiada de novelas

¡ni enseñada por mamá!

 

Cuanto orgullo me daría

¡que me llamaras papá!