Raúl Daniel

Los ángeles también se cansan (Espejo 174)

 

Me conociste en un día

en que andaba angustiada,

aturdida, acongojada

por cosas que tiene la vida…

fuiste algo así como un puente,

una puerta… una salida.

Los conflictos que tenía

me habían superado,

y entonces fue que caí

a refugiarme en tus brazos.

 

No fue tanto tiempo después

en que cambiamos el lado,

yo era quien protegía,

tú, el necesitado…

tu elegancia varonil,

tu pretendida templanza,

tu solvencia, tu aplomo,

cual barrilete sin viento,

se fueron desdibujando,

cayendo como meteoro,

haciendo tú, el nido en mis brazos.

 

Yo no perdí mi trabajo,

como tú, por descuidado,

y supe levantar cabeza,

en ese tan corto plazo

en que fuiste mi escudo,

mi piso firme, mi muro;

rápidamente tomé

mi timón entre mis manos,

y sí, que te aproveché,

porque tú te me ofreciste,

y con amor te pagué

el cariño que me diste.

 

Te serví como mujer,

te comprendí como amiga,

fue un tiempo lleno de alegre

y exuberante vida…

nos proporcionamos placer,

ternura y compañía,

en una relación parecida

al noviazgo de criaturas.

 

El día del accidente,

recuerdo, te había comprado,

el camioncito Scania

que faltaba en tu colección

de autitos en miniatura.

Te quebraste una pierna

y golpeaste un riñón.

No fue la culpa de nadie,

los accidentes, así son.

 

Pero el golpe peor

lo recibiste en el alma,

yo no sé qué te pasó,

para que te abandonaras,

no hacías tus ejercicios,

viniste a vivir a mi casa,

todo esperabas de mí,

y rengueando te pasabas.

 

Tus patrones decidieron

darte una buena plata,

y la renuncia firmaste,

pero.. ¿qué plata no acaba?,

y me la diste a mí

para que te la cuidara,

tú, pidiendo todo el tiempo,

y, como si no supieras

¡que hace rato que no hay nada!

 

El tiempo pasa y los días

destruyen las malas noches,

¡por suerte! cada mañana;

porque te hiciste haragán,

hasta conmigo en la cama.

Si quiero tener placer

ganas el lado de abajo,

y yo, que soy la mujer,

¡debo hacer todo el trabajo!

 

Ya más no quiero hacer

de tu madre y de tu padre.

Tú dices que soy tu ángel,

que tocas conmigo el cielo,

y te pasas todo el tiempo

colmándome de alabanzas…

 

¡Ay!, mejor recapacitas,

te esfuerzas… y cambias,

sino pronto habrás de saber

que: Los ángeles…

¡también se cansan!