EVA ROJAS

La ventana

Ella observaba tras las ventanas los coches que pasaban, las voces sin significado en la lejanía, ausente desde la ventana. Sus ojos recorrían las dos aceras de su calle buscando algún estimulo que la rescatara del aburrimiento sereno y controlado que reinaba en sus días, que le pesaban como losas de una condena sin significado; vivir huyendo de todo lo que la pudiera tocar de alguna manera, por eso su subconsciente había creado todas aquellas fobias que le permitían tenerlo todo controlado obligándola a estar confinada en aquel piso.

Ya ni el médico entraba, hacía tiempo que había dejado el tratamiento, no tenía ningún significado para ella vivir dormida con pastillas que no ofrecían ninguna cura solo un estado de sopor borroso.

En el silencio en que vivía retumbaba una gota martilleando la plaqueta metálica del desagüe, ese sonido desquiciante que la acosaba taladrando su menguada paciencia.

De repente oyó pasos en la escalera corrió hacia la puerta y aposto el oído en ella, escucho unas voces y un golpe sordo tras de ellas.

Se detuvo un momento para respirar apoyada en la puerta, nada nuevo.

Celia se pasaba el día escuchando los sonidos que la rodeaban en el silencio de su piso, buscando fantasmas en las pequeñeces cotidianas incluso al cocinar, si un huevo se rompía en la sartén lo miraba detenidamente hasta averiguar caras u otros signos extraños que la perseguían indefectiblemente por todos los rincones de la casa,en las arrugas de la colcha, en las cortinillas de la cocina  recogidas con una cinta o entre las sombras de las hojas reflejadas en las paredes del comedor alumbradas por las farolas en su baile con el viento.

Celia no salía de casa desde hacia 10años, sobrevivía gracias a la visita del supermercado que le dejaba la compra en el rellano todos los lunes, huevos, pollo, naranjas, fuagrás de pato, lechuga tomates y poco más. La limpieza se la hacia Marisa todos los jueves una chica de pocas palabras que salía y entraba como una sombra mientras Celia se encerraba en su cuarto.

Celia tenía un calendario colgado en la pared de la cocina que no le permitía perder la noción de los días cada día lo tachaba minuciosamente.

Los días estaban llenos de lagunas, navegaba en lagunas de tiempo se bañaba  en el, se colgaban los segundos y los minutos de sus pestañas mientras miraba el reloj incluso averiguaba un punto negro en el centro de las agujillas por donde se escurrían las milésimas que perdía pestañeando; de repente sintió un cosquilleo en su mano al mirarla descubrió que sus dedos se estaban deshaciendo en granos de arena, sus brazos sus piernas, quiso gritar pero no pudo su garganta estaba llena de arena.

El jueves siguiente cuando Marisa llego le extraño encontrarse las bolsas del supermercado en el rellano despidiendo un olor a pollo podrido lo esquivo y entro en el comedor donde le sorprendió ver un reloj de arena del tamaño de una persona apostado al lado de la ventana.