Rastaman

Sueños Compartidos

Se miraron al espejo, ella, en el mueble de su recámara, el, en el baño de su apartamento. En sus rostros se dibuja una sonrisa, ninguno tenía un motivo especial, solo estaban felices de que llegara este momento. Contemplaron su alegría por unos instantes pues al volver en sí, notaron que el tiempo avanzaba y quedaba mucho para terminar de alistarse.

Ella, alisaba su cabello, maquillaba su blanco rostro cargándolo de vida, y elegía un atuendo con el cuál lograría, como le es usual, aquel balance perfecto entre inocencia y sensualidad. Al terminar de vestirse roció unas gotas de perfume, el que a ella más le gusta, en su cuello, sus muñecas y su pecho. Estando lista se observó con atención, dándose cuenta que nunca se había sentido tan deseada y tan hermosa como hasta ese momento.

El, se arreglaba la barba de manera que solo pudiera vislumbrarse en su rostro una sombra, aquella que a ella tanto le atraía. Eligió sus mejores ropas, no le fue difícil pues tiene pocas buenas prendas, tomo en sus manos una chaqueta de cuero con la cual se sentía confiado e inclusive atractivo, y la poso sobre su brazo izquierdo. Revisó una vez más su aliento antes de salir y, satisfecho con el resultado, inhalo una bocanada profunda de aire, cerró los ojos, contuvo la respiración durante un segundo y puso su mente en blanco; al exhalar, sabía que estaba listo.

El reloj marca las siete y media, los nervios, como alarma silenciosa, cobran vida. Ambos desean que el otro les cancele, sin embargo, ellos mismos no lo harían, la seducción de este momento es más grande que el temor del mismo.

Faltan minutos para su encuentro, ella, aguarda en el borde de su cama que le avise su llegada, mientras pide a Dios que le brinde una señal que le muestre el camino. El, lleva 20 minutos afuera de su casa, solo está esperando que el celular marque la hora para enviar su mensaje. Todo lo que hace es producto de un comportamiento neurótico compulsivo, que en este caso lo obliga a estar antes de la hora en todas sus actividades. Mientras espera, piensa en esto y en la soledad de su auto ríe, se mira en el retrovisor y con un gesto burlesco dice “vaya, sí que estás loco tío”

La aguja marca las ocho. Se intercambian mensajes, impersonales y fríos

-Hola, ya llegue-

-Está bien, ya voy-

Si un tercero lo leyera creería que se trata de dos desconocidos, sin saber que la prudencia, o el miedo, siempre ha sido parte de su relación. Nunca se han permitido mostrar el uno al otro sus sentimientos y el primer contacto de esta noche no sería la excepción. Sin embargo, esta salida era especial, los dos presentían que hoy todo sería distinto.

El corazón de ambos late fuerte, sus manos tiemblan, sus frentes sudan, los invade el nerviosismo, la duda, el arrepentimiento; los dos desearían poder retroceder el tiempo.

-¿Por qué nos pusimos en esta posición?- se pregunta el uno al otro en sus pensamientos, pero ya es muy tarde para responder, han avanzado mucho en el camino y están a solo unos pasos de encontrarse.

Ella sale de espaldas de su casa, pues trata de mantener a su necio perro adentro, por lo cual no puede perderle de vista ni un segundo hasta no haber cerrado por completo, o la juguetona criatura de seguro escapará. Él está, como todo un caballero, esperándola frente a su puerta. Lo primero que él ve es su espalda, cubierta por su larga y oscura cabellera. Él nunca se lo ha dicho, pero su hermoso pelo es lo que más le atrae de ella.

Ella, al volverse, trae dibujada en su rostro una sonrisa que de inmediato se transforma en expresión de sorpresa; el trae entre sus brazos un presente. Es una flor, pero no cualquiera, es una margarita, su flor favorita.

-¿Cómo lo sabe?- se pregunta a sí misma mientras el extiende sus brazos para hacer la entrega.

-Me acordaba que estas son tus flores favoritas cierto- tampoco se habían tuteado antes, pero hoy todo iba a ser distinto.

Ella las tomó en silencio, pero su rostro no podía ocultar la emoción; aunque nunca ha estado sola, no está acostumbrada a ser sorprendida. El, se acercó a su rostro y la beso en la mejilla, sus labios húmedos y entreabiertos la hicieron sentir que capturaba su alma, los mantuvo al lado de su piel unos instantes más de lo normal, retirándolos con la misma paciencia y ternura con que se acercó; ella, se lo permitió.

Una vez entregado el beso, ambos extendieron sus manos al encuentro del otro, ella, lo tomo del hombro, el, la tomo de la cintura. Se observaron de pies a cabeza y, al encontrarse sus miradas por primera vez en esta noche, el no pudo evitar decirle algo que siempre había querido

-Te ves muy guapa- sus palabras son simples pero honestas; para él, ella es la única mujer capaz de quitarle el aliento cada vez que la mira, y se han visto mil veces, en cada una con el mismo efecto.

-Muchas gracias- dijo ruborizada. Esta no es solo una respuesta de cortesía, ella agradece estar frente a un hombre que aprecia su belleza, no por galantería, si no por la inefable atracción que existe entre ellos.

El, ofrece su brazo para escoltarla al auto, ella, lo toma sin pensarlo, como un reflejo de quien ha hecho esto toda su vida. Caminan en silencio, no por falta de palabras, si no para asimilar estos primeros momentos. El, le abre la puerta, ella, queda prendida ante el gesto, no porque nunca lo ha vivido, sino por él nunca lo había hecho. En este momento ambos recuerdan en silencio que hoy será diferente, cruzan una última mirada y comparten una sonrisa llena de esperanza e ilusión.

Ella, no sabe a dónde se dirigen

-Es un mirador muy bonito que conozco, pero va a ser sorpresa- le dijo con voz trémula y dulce.

Durante el camino, la charla es amena, siempre lo ha sido, ambos sienten que están ante la única persona en el mundo que realmente los comprende. Comparten risas, más bien carcajadas, se cuentan sobre sus vidas y hacen enlaces de temas que no tienen sentido; el silencio entre ellos nunca ha sido opción.

Han llegado al lugar. El, vuelve a extenderle su brazo y ella, lo vuelve a tomar. Ambos saben que durante la noche, esto será lo más lejos que estarán el uno del otro. La vista es increíble, el oscuro celaje contrasta con las brillantes luces del valle; desde aquí, pueden cubrir con la mirada toda su ciudad.

Se acomodan en una mesa en el balcón, la noche es tan bella que desean estar al aire libre. Desde que se encontraron, no han perdido el hilo a la conversación más que para ordenar sus bebidas. Han pasado horas, que ellos sienten como minutos, la mesa se llena de vasos vacíos. Ella, le gusta probar cocteles, el, solo toma gaseosa.

En ningún momento se dan cuenta sobre que conversan, solo saben que no han dejado de hablar y de reír. En un instante, el saca de su chaqueta una nota, son unas líneas sencillas que extrajo de un cuento de niños. El, sin pronunciar palabra, lo extiende sobre la mesa llevándolo a su encuentro. Ella, con cierto asombro, levanta el pedazo de papel, es un cuadrito no mayor a una tarjeta de presentación, en el viene escrita una frase

Amor no es mirarse el uno al otro, sino mirar los dos en la misma dirección

Ella, se queda sin palabras, meditando en lo que le ha sido entregado. El, desapareció, ya no está a su lado. Ella, pierde su vista en la tarjeta, mientras trata de comprender lo que ha querido decirle; revisa su vida, la dirección en que camina, las preguntas que la han marcado, y es en esta frase donde encuentra una opción, donde encuentra un sentido. Levanta la mirada al firmamento, en sus ojos, se percibe alegría, al fin ha llegado la señal por la cual tanto esperaba y pedía, no hay más incertidumbre en su horizonte, hoy su mirada se ha llenado de sabiduría.

En este mismo instante, el, reaparece, abrazándola por la espalda. Ella, ya no tiene dudas, ya no siente miedo, ha dejado atrás la cadena que la ataba a su anterior vida, el, está al lado de una mujer renovada.

Ahora, la abraza con firmeza mientras ella, refugiada en sus brazos, se vuelve en busca de su rostro. Sus miradas se cruzan, cada uno puede sentir en su pecho la respiración del otro. El espacio y tiempo desaparecen y la oscuridad los rodea, una sola luz alumbra sobre ellos. El momento se acerca, ambos saben lo que desean, ambos saben lo que están a punto de hacer, lo que están a punto de compartir.

Ella toma el primer paso, empieza a cerrar lentamente sus ojos, el, lo interpreta como una invitación, y corresponde con el mismo gesto. Sus labios se acercan. Nunca habían pasado tanto tiempo sin hablar, y poco les importaba, ambos habían esperado por años este momento. No saben cómo llamar a lo que sienten, solo saben que no pueden dejar de sentirlo. Sus labios están más cerca, comparten la respiración y el aliento, el anhelo del primer contacto los eleva, sienten que están en el cielo, el, posa su mano sobre su mejilla para guiarla en el proceso, sabe que ella tiene poca experiencia. Ella, se deja guiar. Ambos saben que este es solo el comienzo… Sus labios están…

Ella, empapada de sudor, entre las sábanas de su propia cama, las manos junto a su pecho, la respiración agitada, abre los ojos, se siente excitada y desconcertada. El, en el suelo de su habitación, donde duerme producto de un dolor de espalda, le falta el aliento, tiene el cuerpo frío, la mirada perdida. Se sienten perdidos, donde están, qué paso. Todo ha sido un sueño. El, encandilado por la luz que atraviesa su ventana, ella, mirando fijamente al techo. Cada uno recuerda con detalle lo que acaba de suceder.

Pasan los minutos y ambos se tranquilizan, no pueden creer lo que acaban de vivir. Cada uno sabe, sin embargo, que solo fue una ilusión, no fue más que un sueño y, aunque deseen repasar y sentir cada segundo, saben que el otro jamás lo aceptaría.

Ella, sabe que no podrá contarle lo que soñó, pues le da miedo lo que el diría. El, sabe que su sueño nunca se realizará, porque ella no se lo permitiría. Creen saber que sus sentimientos no son correspondidos, en la soledad de sus cuartos, se prometen olvidarlo todo y dejar atrás este momento.

El sueño que debió unir sus vidas, ha creado una brecha inseparable entre ambos, pues no van a aceptar que se quieren más de lo que les está permitido. El cierra sus ojos, tratara de dormir de nuevo, tal vez así, desaparezca su tristeza. Ella, dejando correr una lágrima por su mejilla, sabe que hoy no encontrará descanso.

Ambos, confían que mañana todo habrá pasado, pues aun cuando el dolor del momento es grande, no es el primero y temen que no será el último, es solo uno más de sus sueños compartidos.