Ramirez Adrian

Constantes

 

 

 

 

Uno a veces
no tiene razón siquiera
para desenterrar cosas que ya
habían quedado tapadas
con el pasar del tiempo y sus marañas.
Sin embargo en ocasiones
en los que uno pareciera hablar con Dios
o con el techo,
desenterramos ese viejo cofre de recuerdos
para ir así, procazmente,
seleccionando entre figuras
y figuras.

 

Ahora bien parece
que uno pasa a ser el uno con el uno
el tanto con el tanto
el poco con el poco
y que no importa ya deberas
si los de afuera se caen a balazos
o si se nos tumba la noche
sobre el espejo
de otro espejo

 

La realidad pasa a ser entonces,
un momento vacío en el espacio
donde sólo cuentan de a poco
los restos del pasado que vamos desenterrando:
momentos clandestinos, personas zonzas,
falsos amores, amistades bastardas
etcétera
etcétera
etcétera...

 

Pero desentendidos de todos
y de todo,
afligidos por el mal viaje,
la decadencia, los recuerdos abruptos
(de cuando niños, las fiebres,
las humillaciones, el sexo),
decidimos entonces tirar el cofre cuesta abajo,
por la misma zanja malentendida y maldita:
porque ahora estamos lindos y sanos
y porque sabemos que no viven
los que viven de recuerdos.