kavanarudén

99 navidades

 

 

 

Un día más se presenta.

Aquí me encuentro, entre estas cuatro paredes.

Las noches se hacen largas, casi puedo escuchar el gotear del tiempo, de las horas, de los minutos, de los segundos, mientras paso incesantemente las cuentas del rosario. Me pierdo en algunas ocasiones, no sé si estoy terminando o comenzando, total ¿qué importa?

Algún que otro quejido vecino interrumpe la quietud de la noche.

 

La temperatura ha descendido tanto, menos mal que la calefacción es capaz de calentar mis viejos huesos. Ya son 99 inviernos que he vivido.

Hay días en que me da los buenos días el dolor. Mi cadera no aguanta ya el peso de la vida. Mis piernas se revelan, no quieren cargar a mi cansado cuerpo. Mis rodillas viven un constante revolución, no quieren trabajar.

Para poder caminar, tengo que valerme de esta andadera. Al principio me parecía tan antipática, pero poco a poco he comenzado a tomarle cariño. Sin ella no podría moverme. Total.... esta será la navidad numero 99 que vivo.

 

Mis días se hacen eternos. De vez en cuando miro las fotos que conservo en mi mesita de noche, en las paredes de la habitación.

Fotos de mi matrimonio, casi setenta años atrás. Cuánta ilusión. Mi traje blanco, mi bouquet, hecho por mi madre, la fiesta….. todo era alegría. Con nuestro amor éramos capaces de vencer al mundo entero. No había límite en aquellos años para nosotros.

Una foto de Alejandro, mi marido, a quien tanto amé. Se fue hace doce años dejándome sola. No tuve la dicha de tener hijos.

Foto de amigos, de parientes, etc.

Todas estas fotos no son otra cosa que el tentativo desesperado de atrapar el tiempo, de detenerlo. Últimamente me producen una gran nostalgia y tristeza. El recuerdo de lo que fui y no volveré a ser jamás.

 

Cuando joven podía hacer de todo, era completamente independiente, ahora dependo de otros hasta para las necesidades básicas. Duro aceptar todo esto. La primera vez que tuve que usar los pañales desechables, fue un trauma. Me sentí humillada…comprendí perfectamente el dicho: “la necesidad tiene cara de perro”, por cruda que sea así es la realidad.

 

Veo las enfermeras, las monjitas que nos cuidan y, confieso, a veces siento envidia. Envidia de tanta juventud, de tanta autonomía, de tantas energías. ¡Perdóname Señor! Duro el envejecer, espontánea mi viene in mente la poesía “Canción de otoño en primavera” de Rubén Darío:

“Juventud, divino tesoro,

¡ya te vas para no volver!

Cuando quiero llorar no lloro…

y a veces lloro sin querer”

Me parece escrita especialmente para mí en estas circunstancias en las que me encuentro. Antes la podía recordar toda, ahora, por culpa del alzhéimer, me he quedado solo con cuatro estrofas. Tengo miedo, mucho miedo a esta enfermedad. Pensar que algún día perderé completamente la memoria….

Tengo la gran dicha de que todos los días me viene a visitar una chica catalana que lleva mi mismo nombre: María. Me dice que soy su abuela adoptiva, pues así es y será. Me avergüenzo a veces porque no recuerdo su nombre, no recuerdo quien sea. En un mismo día le pregunto como diez veces: ¿Y tú quien eres? Ella con la paciencia que la caracteriza, me ve dulcemente, me abraza fuerte, me besa la frente y me dice: Tu nieta, tu nietecita querida. Me da la merienda y la cena. Siempre pendiente de mí. Gracias Señor, bendícela siempre. Un oasis en mi solitario desierto.

 

Dentro de todo no estoy tan mal. Pobre Luisa, la señora de la habitación de al lado. Tuvo dos hijas, las cuales, le dijeron un día:

- mamá vamos a llevarte de vacaciones. Prepara una maleta con las cosas que necesites.

La pobre entusiasmada preparó todo y vino a parar a esta casa de cura.

Cuando la trajeron le dijeron, mami será por un tiempo. Vendremos y te llevaremos después a casa.

Ya pasaron 10 años y está aquí. El engaño de sus hijas le produjo una tristeza de la cual no se ha recuperado. Ha entrado en una fuerte depresión.

 

Juan, el Señor del frente, su hijo lo trajo hace 7 años y no ha vuelto a venir. Ni una sola llamada. Lo ha, literalmente abandonado.

Tantas historias como ésta escucho en lo corredores y el comedor. Nadie sabe la soledad que vivimos los ancianos, los que somos un peso para la sociedad, para la familia….

 

Dios, ¡por favor!, cuando puedas acuérdate de esta pobre vieja.

Ya estoy cansada de vivir. Estoy lista preparada. Llévame antes de que mi mente se cancele para siempre. ¿Qué sentido tiene vivir de este modo? Perdona mi arrogancia Señor, perdona si peco con este pensamiento, pero espontáneamente me viene. Si no es así, dame la fuerza de poder seguir adelante, que se cumpla tu voluntad y no la mía…Padre.