Xema

Discurso

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Sales a la ventana pequeña mía,

Sales a contemplar al sol

En su amado ocaso,

Sales a ver el ruido de la tosca llanta

Que pasa veloz y alegre

Por el camino de mantas y flores.

 

Pequeña tienes curiosidad de saber

Que pasa en tu pueblo,

Bajas aprisa en los esmaltados campos

Y gritas en el cerrojo de la puerta.

 

¿A dónde vas con tanta prisa?

 

El pueblo agitado

Por el descenso del sol,

Los niños se alegran

Con el cantar de las palomas adormitadas;

Los perros giran al compás del reloj

Y los gatos lamen sus patas de cristal.

 

Oh vendedor de rosas y guirnaldas,

¿A dónde vas con tanta prisa?

¿Vas a vender la vida y la sonrisa

De un niño que quiere ir a estudiar?

 

Niña no corras tanto,

El alma va al galope

De tu vida,

La serena brisa de la tarde

Te rocía con su inocencia.

 

Pues todo el pueblo se reúne

Entorno al hombre de piel canela,

Con un traje de fiestas

Entre los dientes de oro y marfil.

 

Lo oyes apasionada,

Te fascina su elocuencia

De risas y tonterías;

Las promesas renuncian

Y la cólera sale enfrente para batallar

A la paz.

 

A galope viene la ignorancia

Perseguida por la brisa de la sabiduría,

El hombre docto es ignorante

Y el ignorante es docto

Y sagaz con sus palabras.

 

Tu corazoncillo de tejas y pajas

Queda ardiendo ante la falaz boca

Del indulto sabio

Y la tosca cara del ignorante.

 

Todo el pueblo alegre y en griteríos porque ven la prosperidad,

Quieren ir a lavar en máquinas de acero

Y de plata.

No importa la vida fugaz

Y la verdad es una mentira

Rendida en la marejada

De sus palabras.

 

Te ha cautivado,

Te ha ensolvecido,

No tienes ojos para otro;

Se te acerca entre las rosas

Y las tapias de cristales

Divulgan tu figura,

Niña preciosa.

 

Se te acerca y te dice:

¿Quién eres pequeña niña?

 

Tú dulce y tierna lo miras

Y quedas admirada de su porte

Y su faz de lucido esmalte

De oro y canela.

 

No has coqueteado con ninguno

De los que te pretendían,

No has lanzado una mirada

Del amor cielo

Y tu inocencia embriaga

A las amapolas,

Ensanchando los bosques de nardos.

 

Tú corazón es arrebatado por el águila,

Te ha engrilletado con el oro,

Con el rubí te ha cautivado

Y su lengua de plata

Ensucia tu oído de pureza.

 

Has caído a sus pies,

Te has  rendido a sus palabras dulces

Y a su sonrisa maquiavélica,

Pero insipiente del veneno

De las víboras y de los alacranes.

 

Niña eres bella, hermosa,

Tus cabellos son la tierra ondulada

Por las colinas, mesetas y valles,

Tus ojos encierran los mares,

Océanos y ríos que en ti hay.

 

Tu boca hendidura firme del amor

Y cueva apasionada del silencio

Que sale del susurro del amor.

 

Oh tu nariz enloquecida locomotora,

Tus orejas dulces grietas del Olimpo,

Tus pechos humosos volcanes

A punto de erupcionar;

Tus brazos dos troncos abrasadores

De cariño y de paz.

Sí, tus caderas donde el sol

Se pierde

Y la luna la baña de rosas,

La azucena cae rendida

Por la templanza

Y la fragilidad del agua

Que ondulea en ti.

Tus piesecillos adornados de hojas

Y de flores que enraíza el arco iris.

 

Te has enamorado locamente de él,

Ya no quieres oír otras voces,

Tus pobres oídos han caído

En el hondo abismo de la ceguedad

Y han sido sostenidos

Por la falacia y la mentira.

 

Das hijos pobres y enfermizos,

Enclenques por las calles,

Amigajados por la desnudez

Y la brisa del elocuente cantor.

 

No oyes la protesta de tus sentidos,

No escuchas la voz del indigente

Que te pide un pan de lodo

Y una taza de chocolate negro.

 

Te quedas adormecida en sus palabras,

El bien es mentira y la mentira

Es la verdad vestida de oveja.

 

Tus hijos te reclaman atención

Y cuidado;

Te has desnudado en la ciega corte

De los paladines

Y los pintores han hecho mofa

De tu belleza.

 

Ciega eres,

Ciega entre los ojos del leopardo,

En la pluma arisca del cortesano

Y la dulce memoria del que llora

La desdicha de tus hijos.

 

El tirano y el déspota

Ponen el yugo de la avaricia

Y del temor a tus hijos amados,

De aquéllos que te has olvidado

Cuidar y alimentar.

 

Te has sentado,

Para que miras el teatro

Donde se burlan de tu apariencia,

La justicia cae salpicando

La roja pintura de la lava volcánica.

 

Mira como te compra con el rubí

De sus pasiones,

Con el azabache de sus deseos,

Con la mantis de la triste noche

Y con el loco reloj

Que sueña para despertarte

De tu letargo.

 

Tú vestido blanco que tanto te gusta,

Día a día te lo pones para ceñir

Y enloquecer al que te mira.

 

Despierta ya y mira a tus hijos,

Vela por ellos que mueren de calentura

Y el frío partiendo sus huesos

Y les descoyuntas el corazón.

 

Te has dejado manipular por él,

Tu inocencia ha bailado con la deshonra

Y te ha vestido en la noche

Para que tu cuerpo sea subastado

En la cocina de oro

Y tus leyes lapidadas en el océano

De sus deseos y antojos.

 

Pues escucha el grito de tus sentidos,

Oye la voz de tu pobre conciencia

Rocosa y atiende a tus hijos

Como se debe.

 

Tus cabellos se han teñido

Del rojo vino

Y tus pechos se han apagado

Ante la inclemencia del huracán

Y temblor ha pasado

 Tus montes y valles.

 

No miras aún el mal que te han hecho

Y no escuchas a tus hijos castigados

Por tu alocado corazón.

 

No quieres dejar a Morfeo

Que te colma de flores

Y te hace vivir en las fantasías

De la infancia.

 

Ya no eres una niña,

Despierta de tu apasionado

Corazón;

Rompe las lianas

Del oro y el rubí.

 

Abre la ventana mirando como tus hijos

Caen ante la falaz voz del que promete

Cielo y tierra llenos de vida

Y de paz pasajera.

 

No vas hacer nada,

Tus toscos vestidos

Destilan lava volcánica

Y el tinte de tu cabello

Cae al suelo de pétalos.

 

No te sigas haciendo daño,

Despierta y oye la inclemencia

De tus sentidos,

No te hagas la loca

Y no te vistas de fiesta

Cuando tus cabellos

Arden ante la ira y el desprecio.

 

Ves ya como tus hijos mueren,

Te sientas atontecida

Sobre el castillo de tus fantasías;

Te das cuenta hasta ahora de sus

Palabras banales y de sus antojos

A los cuales te rendías fácilmente.

 

Al alzar el estandarte

  Se oye al fin tu voz

Contra el tirano y el déspota

Huyendo de ti para no ser alcanzado

Por la antorcha del fuego

Del fénix.

 

Te sientas en una silla

A pensar en todos los momentos

De tu ceguedad

Y lloras al paso de la historia.

 

Te alzas alegre sosteniendo a tus hijos

Enriquecidos y se complacen al verte

Libre del discurso falso,

Y tus agotados sentidos respiran,

Embriagándose de la paz

Y de la libertad

Y del oro infinito del amor.