kavanarudén

El sacro combate del amor

 

 

 

- ¡Te amo!- le dije mirándole a los ojos.

Su mirada tierna se clavó dentro de mí como una flecha ardiente.

Sin decir palabras, acercó sus labios a los míos, y me besó lenta y pasionalmente.

Sentí un frío que recorría toda mi espina dorsal.

Mi piel se erizó automáticamente.

Millones de mariposas volaron dentro de mi estómago.

Separando sus labios de los míos, sosteniendo mi mirada, dijo:

- Y yo a ti. Te amo más que a mi vida -

Extendí mi mano. Con mi dedo índice recorrí su perfil suavemente.

Su frente era tibia, de terciopelo.

Su nariz perfecta, aguileña.

Sus labios carnosos que se entreabrieron al pasar mi dedo.

Su barbilla firme, perfecta.

 

Mis labios, como si tuvieran voluntad propia, buscaron de nuevo los suyos.

Se unieron de nuevo.

Nuestras lenguas bailaron al compás de la danza eterna del amor, rompiendo la barrera del tiempo.

Entramos así en el imperio de los sentidos.

Lentamente le fui desnudando. Me ofreció todo su ser, sin condiciones, sin tabúes, sin límites.

Besé su cuello de marfil y con mi lengua comencé a recorrer cada parte de su cuerpo.

- ¡Dios te pido, que no sea un sueño! – dije en un pequeño momento lúcido que me permitió mi excitación.

Pequeño aquel momento, porque de nuevo me zambullí en el torbellino de tus deseos, de mis deseos.

Continué bajando por tu pecho. Subí a tus pezones erectos. No tenía control sobre mí. Sin pensarlo los mordí lentamente. Un gemido salió de tu garganta mientras te arqueabas involuntariamente.

Te abracé fuertemente y de nuevo pronuncié entre gemidos de placer: - te amo, te amo, te amo –

 

Proseguí hacia tu vientre. El calor que emanaba tu cuerpo me hacía perder aún más la cordura, haciéndome caer en la locura de amarte apasionadamente.

Tu rosa se abrió completamente ofreciéndome todo su aroma, su dulzor, sin pudor alguno. Me perdí en tu monte y quise morir en el instante.

Te estreché a mí mientras te poseía.

Te ofreciste completamente y recogí todos tus frutos maduros, jugosos, exquisitos.

 

Al entrar en tu misterio me ahogó literalmente la pasión. Perdimos la noción del tiempo. Yo en ti, tú en mí. Los dos unidos en un solo sentir, un solo ritmo, un solo movimiento. Perdí el control, lo tomaste tú en el mismo instante en que cabalgaste mi potro desbocado. Me dominaste completamente. Me dejé dominar. Irrumpió la fuerza de la pasión y quedamos derrotados después del gran combate. Silencio, solo silencio, gemidos, solo gemidos, furor, solo furor.

Nos abrazamos. Reposaste en mi peludo pecho, mientras nuestros corazones retomaban su ritmo. Desnudos nos sorprendió la aurora. Abrazados.

 

Desde ese instante tuve la certeza de que estaríamos unidos para siempre.