Carlos Fernando

Árbol navideño

 

 

Luces multicolores cintilan

empotradas sobre las ramas

de la conífera marchita verde

muertas de prematura muerte

impuesta por la emoción

solaz de infantil nostalgia.

 

Sus destellos, luminosos brillos

fugaces instantáneos configuran

rítmica danza  que orna el leñoso

palo del árbol que soporta

las ramas donde las luces penden.

 

Luces que en evocadora

ensoñación transporta la razón

a añejos tiempos infantiles.

Instalado en una esquina de la sala

mas no por aludir al Yiggdrasil

de adoración pagana.

 

En cuya copa se encontraba

el Asgard y en cuya base

el Helheim aterrador se extiende.

Sino por ser tradicional

emblema de diciembre.

 

Importado desde tierra allende

el Atlántico se expande

entre la América y la Europa

de Occidente, y la Alemania

surge en su anhelo del Valhala.

 

No, esta conífera maltrecha

que sus últimas galas por lucir

se afana, antes de morir

y hacerse yesca. No hace otra

cosa que llevarme a evocar

la engalanada sala de la añorada

niñez en casa de mis padres. 

 

No es más ya ese objeto satánico

que algún religioso en su prejuicio teme,

y a temer me enseñó en otros tiempos.

 

Es tan solo un pino seco adornado

de luces de colores, y de esferas

que mis recuerdos del ayer provoca.

 

Carlos Fernando