Irene..

Pupa.

Ya no me huele mal el insecticida, incluso su aroma envenenado me resulta atrayente.

 

Siempre fui un poco bicho, a lo peor durante un tiempo, me convertí en humano
infestado por la plaga de la realidad.

 

He vuelto a mi naturaleza resistente, de habitar los rincones a tamaño observador.
Quedándome quieto, en la pared de lo mundano, para pasar inadvertido.

 

Y así tener buena vista, en poliédrica interpretación.

 

Me alimento de los restos de los demás
sobreviviendo a base de soledades y alientos caducados.

 

Me consideran un ser inferior, cuyo corazón diferente es digno de denigrar.

 

Por aguijonear el delito material, de revolotear zumbido dolor.

A la picadura incurable, de la sinceridad vulnerable.

 

Nada más descubrirme la 1ª reacción sería matarme, aplastarme de un golpe
y tirarme a la basura del olvido.

 

Comenzó el proceso, la hiel de la justicia pendiente, es líquido amargo

 

que solamente una garganta valiente es capaz de tragar
calmando la sed del abandono, en saliva indestructible.

 

De mi boca, que antes hormigueaba mirar las alturas del miedo.

 

Salen ahora arañados colmillos.

 

La misma seda, que en el pasado envolvía tejida delicadeza

apresa la telaraña de mi venganza.

 

Chupando el espeso contenido de la entraña.

 

Es curiosa mi transformación, me sentía débil cuando era mariposa buena.
Amputándome alada delicadeza.

 

Creyendo, que mi generosidad efímera, siempre recibiría la belleza por respuesta.

Ahora que soy monstruosa, me siento fuerte e imbatible en mi oscuridad de reina madre.

 

Disfrutando el erotismo de apasionar repugnancia, miedo
hasta he logrado provocar la huida, de mis depredadores inoculados de egoísmo.