Faeton

Sueños de opio en el país de Oz

Una mancha de aceite derramada sobre la acera.
El arco iris se refleja en cada gota de lluvia que se evapora,
tendiendo un puente multicolor al cielo.
Algún día subiré en globo aerostático
para saludar a los que se fueron,
musito para mis adentros.

 

Gente que va y viene,
que viene y va.
Sin orden ni concierto.
Marchan acelerados,
con prisa.
Quién sabe a dónde irán.

 

Baldosas amarillas.
Salto como si jugara a la rayuela,
procurando no caer en las junturas.

 

De pronto me he vuelto un niño.

 

Algunas baldosas me salpican al pisarlas,
mojando de azul el rojo de mis zapatos.

 

La chica de mis sueños.
Como una noctámbula deambula por la calle,
columpiándose sobre el pavimento.

 

No me ve, pero yo la veo.
La miro fijamente.
Me digo,
le digo:
puedes verme,
ahora vas a verme.
Pero sigue sin verme.
La hipnosis no funciona con ella.

 

Pasea con un perro.
Creo que es un Terrier.
Corre tras de él.
Le llama y acude.
Se llama Totó.

 

Me acerco y le acaricio el hombro.
Se da la vuelta y me sonríe.
Qué sonrisa tan encantadora.
Una sonrisa así dejaría indefenso a cualquiera.

 

Acompáñame a la Ciudad Esmeralda,
me dice.
Allí te darán un nuevo corazón.

 

Contigo iría al fin de mundo, Dorothy,
le respondo sin pensarlo.

 

Y de pronto me pregunto asustado:
¿Cómo sé que se llama Dorothy?
¿Y cómo sabe que necesito un corazón?

 

No te inquietes,
me tranquiliza con su cálida voz de enfermera.
Los hombres de hojalata no sienten dolor.

 

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.