LIZ ABRIL

LA ÚLTIMA MUJER

 

¡Tiempo tiempo tiempo! ¡Tiempo tiempo tiempo! ¡Tiempo tiempo tiempo! Repetía aquel hombre mientras se desplazaba de extremo a extremo de la habitación. Sin saber que lo perdía en cada paso que daba sin sentido, con sus manos agarrando la cabeza, como queriendo exprimir las ideas, que se negaban a acudir a su cerebro enfermo.



Golpeó fuertemente la puerta con los nudillos, se acomodó el cuello de la remera y miró con impaciencia sus zapatos marrones, como si algo estuviera fuera de lugar. Esperó unos momentos y  volvió a golpear.  La mujer abrió la puerta y quedó con los ojos fijos clavados en los de aquel hombre. En su boca, un rictus mezcla de amargura y alegría se dibujó lentamente. Tantos años habían pasado... tantos años esperando esa figura atrás de la puerta. Y ahora, que ya no esperaba nada, él aparecía.

- Hola nena...

- Hola...

Abrió la puerta corriéndose un poco hacia el costado para que él pudiera entrar.

- Me demoré un poco en llegar, la ruta estaba insoportable, en realidad el trabajo estuvo hoy insoportable, había mucho por resolver, estoy exhausto.

Él hablaba como si se hubiera marchado a trabajar y estuviera llegando a su casa... La sorpresa y al mismo tiempo el hecho de no comprender lo que estaba sucediendo le impedían preguntarle nada, así que optó por lo más sencillo...

¿Querés un café?

- ¡Por supuesto!

Mientras iba a la cocina vio con mayor sorpresa todavía, que él, después de dejar las llaves y el maletín se recostaba en el sillón y con total desparpajo elegía un video de música con el control remoto del TV en la mano. Hablaron de cosas triviales, de el trabajo de él, de lo que ella había hecho en la casa y poco a poco se fue dando cuenta de lo que sucedía... 

Aquel hombre, el gran amor de su vida, el hombre que la había hecho ser feliz y sufrir más que ningún otro ser en el mundo... aquel hombre había retrocedido en el tiempo. Por alguna razón, que ella aún desconocía, él había vuelto al tiempo en que los dos estaban juntos. A esos encuentros tantos años atrás... para ser precisos...¡ treinta años atrás!  

Juan tenía setenta años, había sido contador en una prestigiosa empresa y ahora estaba jubilado, pero seguía asistiendo día a día a la oficina. Hacía las mismas cosas que había hecho hace treinta años. Todos se habían sorprendido de verlo el primer día que apareció por allí a trabajar. Pero el dueño que ya había hablado con su hijo, le había dicho que Juan estaba enfermo y que esa enfermedad había quitado sus recuerdos más recientes y lo había hecho retroceder a la época en que aún trabajaba ahí, así que para no contradecirlo y que se pusiera peor, lo dejaban realizar sus tareas como lo había hecho habitualmente en el pasado. Juan había conservado su estado físico bastante bien, por lo que lo único que denotaba su edad, eran las incipientes canas y algunas arrugas alrededor de sus ojos. Gustavo, el hijo de Juan, había tenido que ir a hablar también con Mariana, ya que se había enterado de las visitas de su padre, que cada vez eran más asiduas. Sabía que Mariana había sido muy amiga de él, una amiga que hace bastantes años había dejado de ver, pero estaba convencido que la confundía con alguna novia de su juventud o tal vez con su propia madre cuando aún estaban juntos. O con Raquel, su actual pareja.  Juan nunca decía su nombre, como para saber si en realidad se daba cuenta de con quien estaba. Pero se comportaba como si fuera un amigo bastante íntimo o algo mucho más íntimo que un amigo... Mariana le dijo que no importaba, que mientras Juan estuviera bien, ella iba a llevarle la punte, que no se preocupara.
Gustavo le había contado que él medico decía que no sabía cuánto tiempo duraría y que no se podía prever a qué edad retrocedería después o de qué manera se comportaría su mente. Tal vez llegaría el momento en que no los reconociera y los confundiera con otras personas. Pero que mientras mantuviera bien todas las otras funciones de su cuerpo, no debían contradecirlo ni tratarle de explicar la realidad, porque no iba a entender y ésto la haría ponerse mucho peor. Que debían dejarlo hacer sus cosas para que se sintiera útil y joven, porque eso no lo perjudicaría, siempre y cuando lo vigilaran un poco y estuvieran pendiente a fin de notar algún cambio en su comportamiento. Así que en realidad para Gustavo, era un tremendo alivio que su papá fuera a la casa de ella, al menos, durante esas horas, sentía que estaba fuera de peligro, que esa mujer lo cuidaría y evitaría que cometiera cualquier tontería.  

Mariana tenía sesenta años. Había tratado de cuidar su mente y su cuerpo para mantenerse sana. Había logrado sobrevivir después de la terrible decepción que le había provocado la ausencia en su vida de Juan. En realidad ellos habían sido amantes, cuando todavía estaban casados con otras personas. Habían fingido durante mucho tiempo delante de todos y ese había pasado a ser un gran secreto del cual eran cómplices. Después de la separación de ambos, Mariana había pensado que por fin tendrían una vida en común, pero Juan se enamoró de otra mujer y sus caminos se dividieron, después de más diez años de esperanzas y promesas compartidas.   No sabía por qué le tocaba ahora pasar por esta experiencia. Debía seguir manteniendo ese secreto ante sus hijos y los hijos de él. Pero sin embargo, por extraño que pareciera, la enfermedad de Juan... era un regalo que Dios le hacía a Mariana. Porque aún lo amaba.  

- ¿Querés que vivamos juntos? 

-¿Querés que tengamos un hijo?

Se lo había preguntado él cuando recién se separó de su esposa. Ella prudentemente, pensando en los hijos de él y en los suyos había dicho que no. No porque no quisiera, sino porque consideraba que no era el momento oportuno.

- ¿Querés que vivamos juntos? 

-¿Querés que tengamos un hijo? 

Se lo había preguntado hoy.  Y ella... ¡había dicho que SI!  

Muchas veces había pensado que hubiera sido hermoso poder retroceder a ese momento y no pensar en nadie más, ni en las consecuencias. Pensar sólo en lo que quería. Y si, eso es lo que habría querido y lo que aún seguía queriendo. No importaba que ya no pudieran tener ese hijo. No importaba que todos pensaran que la confundía con otra persona. No importaba que él no recordara que hacía años que no se veían y que él había hecho su vida al lado de otra mujer. No importaba que aquella mujer tampoco comprendiera por qué hoy estaba en su casa y no en la de ella. El destino, Dios, la vida... tampoco importaba mucho quien, le habían dado otra oportunidad de ser feliz y fuera por el tiempo que fuera no iba a despreciarla. Que durara lo que durara. Si Juan se ponía peor y si llegaba el día en que no la reconociera, tampoco importaba, ella iba a cuidarlo, a mimarlo, a protegerlo hasta el final de sus días. Y si al final de cuentas, el secreto debía salir a la luz... que saliera... demasiado tiempo había permanecido en la oscuridad, al igual que ella. 

Cuando el taxi se paró en la puerta, ella abrió la ventana y vio a Juan bajarse de él y al taxista bajar y abrir el baúl para sacar sus valijas. En el comedor la mesa esperaba servida. Las dos copas con las que una vez había brindado estaban ahí, junto con una botella del mejor vino.
- Brindo por que nunca llegue a defraudarte
Eso había dicho Juan aquella vez.

Abrió la puerta y lo vio caminar hacia ella. Y pudo ver en sus ojos negros ese brillo que había visto tantas veces. Apartó las lágrimas de su rostro de un manotazo y lo abrazó largamente, mientras el taxista los miraba con asombro y las dos valijas, una en cada una de sus manos.
Cuando el taxista se marchó aún estaban los dos en la puerta. Juan había tomado el rostro de Mariana entre sus manos y la besaba con pasión.
Mariana estaba ahí, entre sus brazos, diciendo que lo amaba y aunque él se daba cuenta que algo en su cabeza no marchaba bien,  sabía que ese era su lugar, que debía estar ahí, que siempre debería haber estado ahí. Pudo recordar la frase que ella le había dicho no hace mucho \" Cuando todo y todas pasen, yo... voy a estar\"
En definitiva ella había tenido razón, \"lo importante no era ser la primera mujer en la vida de un hombre, sino la última\". 


- Te amo.
Repitió él también.

Y esas dos palabras sellaron el comienzo de una vida, que en ese mismo instante empezaba para los dos.