RICARDO FELIPE

REMEMBRANZAS

Otoño de 1.592, ésta vez las huellas del caballo blanco perdiéndose al ocaso, de tantas predicciones del corazón, nunca se predijo el beso de despedida, ni tampoco sabía que irse, era una palabra intangible, que vuelve tangible…A una lágrima. 1.716,penumbra cerca de las seis de la tarde, adicionado a eso éste corazón que me arde, ya son varios años de su ausencia, mas su presencia permanece en mi mirada. Sin querer, ésta vez tendré, también, que marchar, no sin antes perpetuar la promesa de seguir buscándola. Verano de 1.859, con sol y con lluvia. Conozco este puerto, tan parecido a calles que prometí no volver, pero aquí estoy, buscándole en pergaminos y en lo profundo del amor mío, miro al cielo y pareciera ver la misma luna, a quien le pedía le haga llegar mis prosas, escritas en rosas, que yo cultivaba cerca del estío. Abril de 1.916, todavía hay réplicas del temblor, sin embargo más tiembla el corazón por tenerla adentro, miles de epístolas han recorrido bares, bardos, juglares y bohemios meditabundos, pero aún no han logrado alcanzarla en el pecho, me dijeron que la vieron saliendo de un poema de Huidobro, mas con asombro pude convencerme, que en mi vida es muy fácil retenerla. Primavera de 2.024, pocas flores, noche serena, he repasado muchas veces lo que le voy a decir al encontarla, pero como tantas noches en soledad, aún no dejo de esperarla, con el verso inhibido por tanto tiempo escarbando el tiempo, por tanto diálogo abierto con el crepúsculo y la nostalgia, aún guardo una gota de esperanza en el fondo de mi último aliento. Mayo de 2.226, 2:26 a.m. Vuelvo a recorrer la ruta del sentimiento, nada se parece ya, a nuestro primer día, pero nada ha hecho cambiar lo que nació aquel día, permanecieron intactas las promesas, los recuerdos, la botella en el mar, ahora en otra orilla, mas, ésta posibilidad de decirte, que aún eres mía, de pronto te vi chiquitica en el horizonte, y sentí en lo más profundo que había alcanzado mi norte, clásica, profunda inquieta y sollozante, te volviste hasta mis pasos, perdiéndonos para siempre en un eterno abrazo… Ricardo Felipe Un soñador sin mucha estirpe