Hector Adolfo Campa

El abono de mi alma cae sobre la tierra

El abono de mi alma cae sobre la tierra,

Fertiliza grandes árboles

Que le absorben, se nutren y florecen,

Dando frutos que nadie quiere comer,

Con la proteína que nadie requiere para crecer.

 

Cae la noche repleta de nubarrones,

Y la lluvia se corre sobre las flores vivas,

De dulces fragancias y hermosos colores;

El agua las recubre y a todas las limpia.

 

Un ave moribunda se posa en una rama,

Se cobija por debajo de un grupo de hojas,

Se tambalea doliente de sus desgracias,

Mientras el hambre le viene de la nada.

Primero caviloso mira un fruto de roja nata,

Cubierta de una cascara blanda y fermentada,

Le olfatea y parece agradarle el aroma,

Abre su pico con fuerzas temerosas

Y lentamente sobre el fruto da una bocanada.

 

Un relámpago ruje en el cielo nocturno de mi ser,

Mientras un nido se tambalea en un vivo ramaje,

Se ven dos pequeñas aves, jóvenes y vivaces,

Que juntas se acurrucan y comen con placer;

Regresa un ave con frutos en el pico,

Frutos grandes, dulces y nutridos,

Entra en el nido y alimenta su linaje.

Mientras tanto un árbol solitario crece grande

En tierras áridas de un olvidado desierto,

La lluvia hoy le visita, junto a los recuerdos

Del tiempo y de la vida.

Hoy los frutos son comestibles,

Hoy mi alma parece servir para ser nutricia.