josecarlosbalague

EN MI PUEBLO HAY UN A CALLE

 

En mi pueblo hay una calle

que del pueblo es la más larga.

En la calle hay una plaza

con un estanque con agua.

En la plaza hay una iglesia

con una torre muy alta.

Muy cerquita de la iglesia

hay una casa muy blanca.

En la casa una cancela

de hierro muy bien labrada

y a ella acudía yo

montado en mi jaca parda

día a día, misma hora

a platicar con mi amada.

Decíale cosas lindas

que le llegaban al alma.

Cierto día preguntéle

si conmigo se casara.

No dijo ni sí ni no,

que con su padre yo hablara.

Solicité ver al padre

que su consejo estimaba.

Ya en su presencia le expuse

lo que ante él me llevara:

mi anhelo de desposar

a su hija tan amada.

Me miro él de reojo

de cabeza a la alpargata;

me inquirió que le dijera

pa vivir con que contaba.

Yo no le entendí muy bien

lo que a mi me preguntaba.

Prescindiendo de eufemismos

me espetó que qué ingresaba.

Cuando le dije la cifra

del jornal que yo ganaba

no se pudo contener

y soltó una carcajada.

- ¿Sólo eso ganas tú?

a poco me contestaba.

- Ve muchacho, ve con Dios.

Pero tú ¿en qué pensabas?

¿que te iba a dar a mi hija

con ese sueldo de nada?

Quedó un momento en silencio

tras el cual continuara

- Hasta que tu economía

no permita desposarla

no vuelvas a ver a mi hija.

No rondes más esta casa.

Salí triste y desolado

de la casa de mi amada.

Me alisté de marinero          

en un barco que zarpaba

rumbo a América del Sur

para ver si mejoraba

mi economía y fortuna

y así poder desposarla.

Relación epistolar

desde entonces se iniciara

con una frecuencia fija

con mi Rosita adorada.

Le escribía con constancia

dos cartas a la semana

expresándole el amor

que a ella le profesaba,

cartas que de inmediato

ella a mi me contestaba.

Pasaron semanas, meses;

dos cartas a la semana.

A medida transcurría

el tiempo que yo pasaba

trabajando con denuedo

de sol a sol desde el alba

sus respuestas se alargaron;

una carta a la semana,

después sólo una al mes,

yo dos cartas a la semana,

hasta que a partir de un día

no volví a recibir cartas.

 

                  

       II

 

Once años transcurrieron

desde mi última carta.

Es verdad que hice fortuna

para poder desposarla.

Un día emprendí el regreso

a mi Sevilla del alma.

Solo llegar a destino

al padre yo visitara.

Me esperó, dijo, algún tiempo

y como no regresaba

aceptó el ofrecimiento

de un buen mozo que la amaba,

con quien en muy pocos meses

finalmente se casaba,

y que en Córdoba vivía;

y que verla no intentara.

Me fui triste y deprimido,

humillado y rota el alma,

por la calle de mi pueblo

que del pueblo es la más larga,

en la que hay una plaza

con un estanque con agua,

y en donde hay una iglesia

con una torre muy alta

 

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