Luis Eduardo Reyes Púa

Tú, fuiste diferente en aquellos días.

Tú... fuiste diferente en aquellos días. La serenidad de tus ojos, tu lúcida piel, tu indomable carácter. Caer en tu indolencia, era como abrasarse en los más profundo del infierno; amarte, dejarse amar por ti… una experiencia celestial.

¡Sí!...tú, fuiste entonces de medidas exuberantes y exactas, buena para la vista, mala para el corazón. Te asemejabas tanto al invierno, a sus tempestades, necesarias y crueles a la vez. El manantial de tu boca destilaba dulzura, encanto, juventud, vigor, locura en la que todos ansiaban desplomarse; veneno con el que todos querían morir.

No eras ni compasiva, ni despiadada, tú... solamente vivías, caminabas, besabas, amabas y destruías llevada por la inocencia misma de tu edad, y en esa involuntaria neutralidad tuya floreciste, pues,  el tiempo te hizo mujer, novia,  amante, y surgiste.

No eras entonces culpable, ni inocente, lo que te sucedía mientras el sol alumbraba, era una bendición, un regalo de Dios; lo que vivías tras ascender la penumbra, era un sutil complemento de tu existencia, de tu efusiva lujuria. Creciste en el vaivén de las estaciones, y cambiaste, evidentemente nada es permanente.

Pero yo, te recuerdo así: llena de misterios, de sueños grandes, de labios carnosos y rojos como la sangre.  Te recuerdo entre distantes atardeceres, sonriéndome, besándome, a veces agitando tus manos en señal de despedida.Traté muchas veces de congelar un puñado de esos momentos en esta desgastada memoria mía, no obstante, todo se esfumó en cuestión de décadas.

Tú, fuiste diferente en aquellos días. Hasta mis sienes extrañan aquella brisa distanciada entres los años, aquellos veranos que acariciaban tu piel, aquella manía tuya de entregarte a la luz a ojos cerrados y fantasear con los tiempos ya vividos, tiempos que en aquellos tiempos eran parte de un futuro.

Mi corazón delira al recordarte. Aquellos, tus besos dulces que robé en las escalinatas de un puente, impregnados en mi boca están. Fuiste más que una tarde de espera en la estación del bus, fuiste más de lo que mis palabras pueden hoy, entre la sensatez de mis años, describir.

Si… ¡Lo sé! Quise olvidarte y más te amé.

Pesé en la balanza de la justificación: tus actos buenos y malos, tu indiferencia y tu amor, tu desprecio y tu atención, todo lo que en mis recuerdos hallé, y no encontré en ti defectos, a causa de este amor que celosamente te guarde, hasta tus desperfectos se convirtieron en virtudes.

Tú, fuiste diferente en aquellos días.