Murialdo Chicaiza

MÉXICO DESDE EL DOLOR

Alguna vez tuve una madre y un nombre

alguna vez labré los campos y palpé la vida:

amaneceres en las chacras canto de aves.

Soñé en mundos mejores, donde la tierra

nos pertenezca como nos pertenece la madre.

Crecí y quise llevar el mensaje de la naturaleza

de los días amarillos y la tierra verde.

Creí en el hombre y su destino

su canto de brizna, su carne urgente

su altura de dignidad con espíritu libre.

Su derecho a la ciencia y a creer en este mundo.

Sólo creía en el hombre y sus amores

y quise enseñar que todo es posible

que no importa la muerte mientras se tenga la vida

mas ahora no sé dónde estoy, no me miran

nos llaman desaparecidos, otros dicen que hemos muerto

pero eso ya no importa, ya no duelen las heridas.

Nuestra sangre no será vana, es semilla que brota

desde los calabozos de la incertidumbre

desde las cabezas desmembrada y la piel quemada

desde el cuchillo y las balas, los letargos agonizantes

desde las tumbas que nuestros amados no encuentran

desde la mente presa, desde la incredulidad absorta.

Pero mi muerte no será en vano

Ya miro las manos crispadas y alzadas

vislumbro amaneceres de ceniza y luz al mismo tiempo

niños jugando a ser maestros que derrotan la tristeza

vientres llenos de alimento y cerebros libres

hombres y mujeres pariendo justicia con su sangre.

 

Sólo así podré irme, aparecer, más allá del viento

de las lágrimas de las madres que envejecen

Mi sangre será rocío, ave, canto.

Ya no habrá misterio, ni tiempos, al fin he llegado.