María

Y se marchó...

La luna bostezaba, su aliento rozaba el rostro desnudo de vida. Un esbozo de llamarada abrupto.  El vacío a su lado no era un sueño. Había partido anoche, sin dejar surcos en el barro, humedeciendo la casa de tizne sombrío. Ella se buscó en el espejo y sólo vio su forma, surcada por un hilo de brisa helada. Renunciados cegaron sus ojos. Ya no habría luz mágica, esa que la volvía radiante, ni fuegos de artificio que aún atesoraba en su cofre alado.