Carlos Fernando

Suicidaire

Mientras afuera

el sol sale y se oculta,

y tras del sol, la luna

juega con las nubes,

y los jardines florecen,

y los niños ríen.

 

Mientras que el calor del día,

obliga a los transeúntes

a buscar la sombra de los árboles,

y el viento gira y envuelve

en pequeños torbellinos

y silbos a la gente y todo

lo que hay en el paisaje.

 

Al tiempo que la prisa

de los que van a alguna parte

les hace cruzar de un lado

a otro las esquinas y las calles.

 

En fin, mientras la vida

transcurre su cotidiana marcha.

Tú, estás aquí, yaces inerme,

sujeta a la materia suspendida

por los hilos de La Ciencia.

 

La boca entreabierta

con un tubo que alcanza

la profundidad de la tráquea,

las venas, invadidas por finos

catéteres que penetran

desde la piel al corazón,

transida la vejiga y el esófago

invadido por una sonda más.

 

La vida conectada

a un dispositivo mecánico

que respira por ti. Y el pecho

ceñido por cables y electrodos,

que marcan los latidos

y el pulso en su monótono registro.

 

Si para ti, el tiempo se detuvo,

sobre un papel escrito

con el pulso firme de tu mano suicida.

Donde registras tu escueto

y lacónico póstumo mensaje.

 

Dios me perdone, pero no

dejas de ser una homicida,

que se tomó por suyo el Derecho

de tomar una vida que no era tuya.

 

Está tu cuerpo liado

por los artilugios de La Ciencia.

Presente, está tu cuerpo. Mas tu alma,

a dónde flota suspendida mientras

el tedio de los días se sucede

en interminables horas de agonía.