srakkin

Un píe se adelantó al agujero

 Un pie se adelantó al otro, comenzó una carrera pausada, lenta, que como resultado me dejo caminado, el fin era ir a sacar plata a un asqueroso cajero, en una asquerosa bencinera, ahí estaba la maquina defeca dineros. Por unos puchos la competencia atlética de mis piernas delgadas, piernas de deportista sedentario, piernas de deportista parapléjico, deja de ser sana, la disputa entre mis patas era como la de un banofee y una torta de chocolate en la vitrina, por ejemplo, la de una cerveza heladita y un vino de exportación.

 

 Me dejaron caminando y con la duda  de cuál era el premio si mis piernas no fumaban y ni siquiera tenía la elongación de una contorsionista para alcanzar a ponerlo en mi boca. En fin, sólo me dejaron caminado, la duda se fue con el aliento cortado por el frío de una ciudad húmeda, sofocante en ocasiones, algo así como un cortado doble, dos expresos de distancia entre cada jadeo, un ristretto entre cada latido suspirado. Si, suspiro mis latidos porque quizás puedan ser la última vez  que aparezcan, me despido de ellos, ellos de mí y tú de cortesía te apareces de vez en cuando.

 

 A menos de una cuadra, con los audífonos puestos, se escuchó una grito de despedida o bienvenida, algo así como la primera bocanada de humo en mis pulmones; rico, fuerte, denso, profundo. Me destape los tímpanos y escuche a una mujer, me voltee y me dijo
– ¡Oye tú ¿Quieres fumar conmigo?! – Me molestó, me calentó, pues ¿Qué se supone que haga? Tengo al leoncillo travieso y los pulmones sedientos, hambrientos los resinosos.

 

La confabulación de la derecha y la izquierda fracaso, zapatearon como todo buen patriota hacia las escaleras de la existencia, escalones bien recibidos por una falda de colores, cada paso aletea la mariposa y pestañea los ojos negros del camuflaje. Se levantó el telón y se alzó una puerta de madera pintada de blanco, blanco corriente como a mí me gusta. Me abrió la puerta y junto a ella silbo el viento siamés de tu aire y mi voz que pedía permiso para entrar a tu hogar. Al entrar de inmediato me di cuenta de una bolsa llena de hierba, no por mi vista si no por mi olfato, que olor tenían esos caños y que olor tenían tus bellezas, como si pudiera olerlas desde acá. Antes de terminar de mirarla, me dijo – Siéntate, ponte cómodo, hecha de apoco la hierba en este papel  y tú di basta – Llenamos un papelillo de mariguana, llenamos la mesa de nuestras miradas y ambientamos el aire con nuestro silencio. No pude dejar de pensar en la primera vuelta del satélite entre dos planetas aparentemente distintos, no deje  de pensar en ese momento que era una mujer de muy pocas palabras, misteriosa, intrigante y muy bella.

 

 El satélite se inyecto de fuego, la primera vuelta dura unos pocos minutos, la segunda duro un poco más y la tercera ya se me hizo eterna, es que con tanto silencio y misterio quien no se detiene a pensar una historia por cada avance del segundero. Rompió el silencio diciendo  – Ya es tarde y tengo mucho frío – Con esa mirada de coqueta, de calienta sopas, quién no se hubiera enternecido y abierto las brazadas para abrigarla, sin decir nada lo hice. Acaricio mi rostro yo sus labios con los míos, no sé en qué momento se detuvo el fuego del pito y se encendió el de tus labios, de apoco el fuego de nuestras eternidades, el placer llego para quedarse sólo hasta la mañana, sólo dijiste – No te quiero ver nunca más – Me despedí con mucha serenidad y me di cuenta que sólo eso dije en nuestro encuentro, que triste.

 

 Anoche aparecí en tu balcón y quiero explicarme como mierda aparecí ahí ¿Dónde quedaron tus palabras frías y mi orgullo? Hoy no tengo mucha idea de mí, no me tengo, pero tú sí que me tienes. Me sorprendió la cantidad de drogadictos que estaban juntos a ti, yo en el frío con un pucho en la mano, por lo que sé que mis piernas si me llevaron al cajero, compramos cigarros o ellas lo hicieron por mí, es que a estas alturas nada me sorprende… Me mirabas como diciendo “¿Qué haces allá? Ven pa’ acá” Pero no estoy seguro si de verdad piensan eso tus ojos o sólo con los míos que hoy te miran diferente, más tranquilos y menos sorprendidos, más acostumbrados e igual de encantados. Todos se pararon e hicieron un túnel con sus cuerpos y con las cabezas el techo, todos dijeron al mismo tiempo – Sigue la luz del túnel – La presión social, les hice caso y termine afuera de tu departamento, no quiero ni describir el cosquilleo de mi rostro, debí estar muy furioso por la bromita que me jugaste, de seguro me fuiste a buscar cuando dormía, me compraste cigarros, me sentaste en tu balcón, sólo para hacerme sentir rechazado, muy solo.

 

 Hoy estamos solos, estamos sentados, estamos mirándonos y de nuevo no puedo hablarte, mis cuerdas vocales se abrazan porque se extrañan, se hacen el amor en la tranquilidad de las vibraciones crónicas de mi titubeo al intentar decirte algo, tú sonríes y me preguntas
–  ¿Cuándo dirás algo? Te tengo en mi cabeza de hace tres noches ni siquiera se tu nombre, no sé cómo llegas a mi casa ni cómo te terminas yendo sin decir nada – Me tembló el cuerpo por completo y le dije – Me llamo… – Justo en el momento que comenzaría a decir mi nombre se agrietó el suelo, pero ella me pedía que continuara y lo hice, cerré mis ojos y pronuncie los trabalenguas esqueléticos – Me llamo Arthur, soy joven como tú o eso creo, muchas veces no duermo pensando en ti, quizás lo hago y termino soñándote. Tengo muchas dudas… –  Me interrumpió y me dijo – Antes de resolver esas dudas, ven a mí –  Mis piernas recordaron su pelea de superioridad, se adelantó la izquierda con mucha fuerza y no toco suelo, caí en un foso enorme que tocaba mis infiernos, cada palabra agrando la grieta hasta dejar un gran agujero, mi pierna se adelantó al agujero y sin darme estaba ahí, tirado en lo profundo y tú mirándome hacia abajo cómo si fuera una araña en el rincón de un bloque gris, sin pintar, sin amar y me dices – Deja de robarme el sueño que yo ya no quiero robarte el tuyo, me llamo Soledad – Y por tu naturaleza escalare a robarte tu nombre.