kavanarudén

Silente espera

 

 

 

 

Caminando en medio del bosque cercano, mi mirada se concentró en un árbol en particular.

Un árbol que poco tiempo atrás, se le veía completamente orgulloso, fuerte, verde, pleno de vida y salud.

Hoy, producto del otoño, se ha quedado completamente desnudo, sin hojas, sin flores, sin nada, a mi modo de ver, vulnerable.

 

Me acerqué, le toqué y lo abracé. Si alguien me veía en ese instante, creo que llamaba, para que me vinieran a buscar los del psiquiátrico. Era lo que sentía en ese instante, a mis cojones el mundo circunstante.

Pude sentir la vida en él, que había entrado en silente espera.

 

Me sentí completamente identificado con él.

 

En este momento de mi existencia, todas mis hojas están cayendo, se las lleva poco a poco el viento y siento como me quedo desnudo, vulnerable, en medio del bosque.

Entro en su misma silente espera.

 

Este árbol, después del frío invierno, que pacientemente se acerca, resurgirá, revivirá. Sus ramas se extenderán y podrá dar cobijo a las aves que cantarán o harán sus nidos en él. Se cubrirá de hermosas y olorosas flores que serán el alimento del colibrí, de las abejas, de tantos insectos.

No hay seguridades, no hay certezas. Un viento fuerte puede arrasar con el árbol, una nevada congelarlo completamente, lo pueden talar para convertirlo en leña que arde. Lo único que puede hacer el confiarse, fiarse y esperar.

 

¿Resistiré yo el frío invierno? ¿Llegaré a resurgir, revivir? Todas mis seguridades caen y me enfrento a algo desconocido por mí. Por decisión y convicción propia.

La “sabia interior” es mi certeza de desprenderme de todo, de desnudarme, de entrar en esa silente espera, para poder resurgir.

 

Ante todo esto, dentro de mí siento paz, tranquilidad. Señal de que el camino emprendido es el justo. No puedo tampoco negar que algo de temor cobijo. Las incomprensiones se harán presente. Podré entender y tener la certeza de quien es mi verdadero amigo o amiga. Tomaré sobre mis espaldas las consecuencias de mis decisiones y maduramente las enfrentaré, las mismas no dañaran a terceros directamente, quizás sí indirectamente, pero es mi vida la que está en juego. Creo que ese es el invierno que tendré que vivir, necesario para preparar la primavera de mi existencia.