la negra rodriguez

RELATO FAMILIAR

RELATO FAMILIAR

Por ser una familia numerosa, que nos manteníamos siempre en torno a la figura de padre y madre a pesar de  que todos los hijos ya teníamos nuestras propias familias,  acostumbramos a nuestros hijos a mantenerse en la misma línea. Por lo tanto muchas de las anécdotas que vivieron nuestros hijos cuando pequeños giran alrededor de la casa de sus abuelos.

La siguiente historia la protagonizaron tres  primas:

María Luisa  mi hija, Lupita  y Betsy  mis sobrina.

María Luisa tenía la  costumbre de comerse las flores llamadas “peregrinas” que mi padre cultivaba en el jardín de su casa. Una tarde, estando reunidas, las tres niñas en  dicho jardín. Entro  a él  de manera sorpresiva, una chivita (cabrita), cuyos dueños, vivían en frente de la casa y empezó a comerse las flores y las hojas de la mencionada planta. María Luisa, enojada no sé  si por defender el jardín de sus abuelos o “su comida”, empezó alanzarle piedras a la chiva. Lupita, la mayor de las tres,  defendiendo a la chiva le recriminaba a  su prima la más pequeña, para que deje la agresión contra  el animalito, pero ésta no hacía caso y seguía en su ingrata tarea. En un momento  la chivita ya no soportó más y empezó a perseguir a las niñas que  entraron desaforadas al interior de la casa. La agresora subió  las escaleras y  se escondió en el cuarto de mis padres; Betsy se subió a a la mesa del comedor y desde ahí gritaba histérica ¡la vaca la vaca!; Lupita la que defendía a la cabrita  fue la más perjudicada porque  el animalito se equivocó de niña y pensó que su defensora era su agresora y  contra ella se fue con su cabeza inclinada lista para  usar  sus cuernos. Lupita se escondía detrás de  dos de sus tíos, pero la chiva no quería nada con ellos su objetivo era  atacar a Lupita que gritaba desesperada y junto a los gritos de  Betsy sobre la mesa eso se volvió un caos tremendo, hasta que llegaron los vecinos a llevarse a la chivita. Y cosa curiosa a quien consolaban era a  Betsy que estaba sobre la mesa gritando  ¡la vaca! Y no a la verdadera víctima dela equivocación de la chiva. Desde  entonces, Betsy se quedó con el apodo de  “la vaca”; a  Maluisa,- la culpable- no le pasó nada porque se refugió en el dormitorio de  mis padres a puerta cerrada y la defensora que se ha quedad con  eso de  defender  lo indefendible se quedó con el trama del ataque cabrístico.

¡Cosas de la convivencia familiar!