Raúl Daniel

Aquello que no eres

 

Hoy te alabaré, Señor, por aquello que no eres,

por las cosas que no tienes, por eso que Tú no das;

¡también Tú eres carente y tienes necesidad!

 

Muchos salmistas cantaron a tu grandeza y gloria,

relatando la historia de la humanidad;

en la que interviniste, para lograrla salvar.

 

Los profetas te honraron y tus hijos en la tierra,

y, aunque algunos rebelaron, de los ángeles, los más

te alaban ¡y alabarán por toda la eternidad!

 

No voy a decir entonces la interminable lista

de tus méritos y honores ni del poder de su nombre

y, no sé si otro hombre ha hecho lo que haré;

hoy, a ti te alabaré por lo que más te honra:

 

Por aquello que no eres... pero bien podrías ser;

¡eres Dios y ¿quién podría contigo contender?!

 

Podrías ser Dios terrible; exigente en extremo;

dándole sólo a los buenos, no perdonando el pecado

y enviando implacablemente al infierno a los malvados.

 

Podrías ser inclemente y castigar al instante,

sin posible redención ni pensar en el perdón

ni ser amigo de nadie, ¡sólo la ley del talión!

 

Podrías tener un Hijo que fuera como Jesús,

tal vez dos o tres o diez, y guardarlos para ti...

mas uno solo tuviste... ¡y lo entregaste por mí!

 

Y si eres Dios, ¡quién pensaría en discutir tu dominio?

y a aquel que se rebeló, el cielo dividió

y te declaró la guerra, podrías haberlo destruido

y no mandarlo a la tierra.

 

Tú no eres caprichoso, como los dioses de Grecia

ni obsceno ni perezoso ni alguien que no atienda,

¡cuándo se te habla, estás, no importa la hora que sea!

 

No eres desatento, nadie  queda sin respuesta;

no es preciso mucho hablar y, si se te sabe escuchar,

no sólo que la tendrá: sino que será muy buena!

 

¿Quién te desobedecería  si fueras como Moloc,

y pidieras sacrificios humanos, a nuestros hijos,

para que fueran quemados o tal vez crucificados?

 

¡Nosotros tenemos tantos, que no se puede creer

y, por muchos, nos molestan y, hasta antes de nacer,

tomamos de ellos cuenta y los asesinamos!

 

Tú, aunque Dios, tan sólo uno,

tratándose de engendrar, ¡El unigénito Cristo,

que te logró complacer!; y en vez de pedir los nuestros:

¡El tuyo fuiste a poner!... en el altar de madera,

sostenido por tres clavos, ¡no eres un Dios malvado:

pagaste con tu dolor el precio de nuestro amor

y el error del pecado!

 

...Y te falta nuestro amor, y lloras por que entendamos,

gimiendo hasta lo indecible, procurando rescatarnos;

tiendes la mano al doliente, consuelo al desesperado,

aunque de ti no se acuerden ¡y padezcas carenciado...!

¿quién precisa más amor, sino quien más ha amado?,

y si eres infinito... ¡nunca serás saciado!

 

¡Siempre llorando por mí, me siento avergonzado:

pidiéndote siempre a ti! y yo: ¿qué te he dado a cambio?

Hoy me siento condolido contigo... ¡mi Dios amado!

 

Y por no ser atrevido... ni irreverente... ni sacrílego

y porque te sé muy rico, no te trataré de pobre:

¡mi Padrecito querido!