Rosa de los vientos

Juicio

Mientras mi abogada habla yo estoy sentada mirando el horizonte de madera donde, un poco más arriba, está la jueza.

 

¿Dónde estoy? Mi entorno parece muerto sin sonidos, mis ojos están húmedos y mi mente confusa. Me toco la cara, la siento chupada, áspera, pálida…

 

Respiro muy lentamente, me duele el pecho. Mi mano derecha desciende despacio desde mi rostro, por mi cuello hasta que llega a mi corazón y le oye “pum…pum”, sube y baja a su ritmo casi azaroso, inexplicable. ¿Estoy viva?

 

¿Dónde estoy? Nadie me escucha, mis labios están sellados, pegados uno encima del otro sin querer separarse. La voz no puede salir y tampoco lo desea, parece que el aire fuese a dañar mis pulmones. Cierro los ojos sin percibirlos, sin notar la diferencia entre la luz de la sala y la oscuridad que guardan mis párpados. Creo que ese frío que araña mi mejilla es una lágrima, pero no estoy segura.

 

De pronto estoy en la playa, oigo las olas llegar hasta la arena con gran rapidez y luego acariciarla con ternura. Anhelo ser ella. El sol me toca y sonrío. Soy feliz en este momento.

 

Abro los ojos. Empiezo a correr, cada vez más hasta quedarme casi sin aliento. Me lanzo al agua helada, tan congelada como esta lágrima  que no sabía que aún me quedaba y que ahora me quema el rostro. El agua está salada, muy salada, amarga. Me deja sedienta.

 

Mis pies entran en contacto con las algas del fondo del mar. Enredados. Esa sensación gelatinosa me molesta, me invade. ¿Pero no es acaso su espacio y la que está sobrando soy yo? Una de ellas se posa sobre mis últimos tres dedos como  pidiéndome que no me marche. La miro a través del transparente líquido que me rodea. Parece cómoda y me da cosquillas. Empiezo a reír, más fuerte, más alto, me duele el vientre y se me desencaja la mandíbula. Anhelo ser ella. Soy feliz en este momento.

 

Mientras mi abogada habla yo estoy sentada mirando el horizonte de madera donde, un poco más arriba, está la jueza.

 

Empiezo a oír voces, murmullos… Interpreto inquietud, descontento, confusión.

 

La magistrada finalmente me mira y dice algo. No lo pienso demasiado. Ha preguntado qué cómo me declaro.

-          Culpable- afirmo  sin quebrar la entonación y desviando la mirada del vacío hacia sus ojos- Culpable de sufrir, de vivir de recuerdos felices en vez de crearlos, de acostumbrarme a estar incómoda y no cambiar mi situación, de no luchar por lo que quiero…

-          Responsable- apunta la jueza y da tres golpes- Su deber a partir de este momento es asumir sus propias decisiones. Sea lo que quiera ser, pero sobre todo sea feliz.  Caso cerrado.

 

Una palmada en el hombro, otra, otra, otras…Hasta que una, la más cálida de todas se  aquieta, la de mi abogada. ¿Seguro que estoy sintiendo todo eso? ¿Seguro que no estoy muerta?

 

“Quédate conmigo” pienso mientras alcanzo esa mano que intenta partir. Me desespero porque no quiero luchar sola, ha sido demasiado difícil despertar. Como si entendiera mi ruego se reafirma en esa última palmada y me salva. Me salvo:

-          No, mejor partamos- dice- El juicio terminó. Ahora vamos a vivir.

 

 

 

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