Julio Viyerio

Poeta del Duero

Un ave en la rama aún verdecida

cual brazo insistente del tronco deshecho,

trinó madrigales que en coro seguían

las aguas canoras del mágico Duero.

Halló en su cartera la llave de bronce,

abrió el apartado cajón del recuerdo

pensó en ese vino picante que un día

su piel empapaba con fuego en el lecho.

Cesando su murria subió al sentenciado

Edén: academia que fue rojo huerto;

cruzó el laberinto, burló al Monotauro

hambriento de tantos poetas del pueblo.

Sintió amor por Soria más bien espinoso;

su capa nevada le puso el invierno;

tembló; precisaba del sol, del sollozo

de abril por las rosas vestidas de duelo.

Riñó a los palurdos de rígidos modos,

de ojos cetrinos y manos de hielo,

medidos danzantes, locuaces cotorros,

borrachos de un rancio brebaje altanero.

De Becquer Sevilla fue cuna y Machado

partió de esa tierra de luz y misterio;

sus pasos, su espejo quizá se borraron,

mas nunca el perpetuo caudal de sus versos.