Adolfo Cano

EL FANTASMA

 

Sombrío y misterioso lugar,

Cubierto por una bruma espesa que confisca los huesos.

Donde se oye el murmullo del bosque,

Agitado por algo

Que pasa como un caballo opaco

Corriendo por los alrededores

De la mansión solitaria.

 

En ella se respira

Un hálito a casa vieja. A telaraña.

A polvo antiguo. A sombra milenaria.

Con muebles abandonados. Cortinas rotas.

Libros y papeles por todas partes diseminados,

obsesión indiscutible de un lector sin sosiego

en busca de su existencia medieval.

 

Se siente a alguien

de cuerpo ausente flotando en los rincones;

apartado de luces y resplandores que no puede atravesar;

resguardado de los vientos exteriores que deforman su sombra;

amparado del ambiente helado que congela su ser desvanecido.

Mirando sin ojos con su rostro impreciso,

A sus amores de antaño.

 

En las noches rotas

Se oyen movimientos secos y repentinos

De puertas al cerrarse; de ventanas rebeldes que se ajustan,

Ayudadas por manos ocultas,

Al tratar de sepultar la luz de la luna

Que delata su figura indecisa en la oscuridad.

 

Se siente como una ola de aire

Cruzar los corredores;

Atravesar los muros;

Mover las lámparas

Y ocultarse en los retratos,

Desde donde observa con los ojos prestados

De sus antepasados, la invasión del visitante desconocido.

 

Desesperadamente habla

con vos indescifrable,

patrocinada por el ruido misterioso de las cosas.

Angustiosamente escribe,

En el brillo instantáneo y efímero de los muebles que traspasa.

 

Y dice:

Estoy inmerso sin cuerpo, sin rostro,

En tu mundo sensible

Y quiero llegar integro a mi mundo ausente.

 

 

Deseo traspasar la frontera entre ellos,

Para no fluctuar entre ambos

Y al fin tener una segunda oportunidad

En la vida después de la muerte.