LIZ ABRIL

EL FIN DEL CUENTO

Leve aletear de mariposas...

en la piel tal vez sutil reminiscencia,

conciencia breve de un recuerdo perdido.

Memorias amarillas de un cuento sin final,

de notas que escribieron tan sólo a la mitad

la melodía de una canción triste.

Gotas de rocío que se evaporaron

en un amanecer que quedó lejos,

perfumes perdidos en un estío

a la sombra de algún árbol,

el contacto olvidado de unos labios

que ya no besan aquellos otros tan besados.

Poemas con la tinta borrada

que quedaron guardados al descuido

en un cajón trabado...

colores de otra primavera, 

igual a ésta

y a la vez tan opuesta

tan distante en el tiempo,

que tal vez existió sólo en la mente,

porque hoy no sé si fue real

o la fantasía que se teje

en noches desoladas 

para inventar un sueño

que no nos de miedo

al cerrar los ojos.

Para huir del infierno 

y ponerle un disfraz al desvelo.

Para no morir de silencio,

para no desangrar de angustia

para no sucumbir de tedio.

El corazón no sabe... 

el corazón no aprende,

el corazón no entiende,

lo que la cabeza repite 

constantemente,

mañana, tarde y noche,

como gotas de lluvia 

que caen y taladran,

con la rutina de las horas 

que pasan y se gastan,

en un retumbar de voces 

que el oído desconoce...

y que la boca calla.

Y ahí estás... 

tan esperado y soñado...

tan conocido entre desconocidos,

ahí, mirándome con tus ojos agrandados

por el asombro de descubrir

que soy algo más que olvido para ti.

Y vuela la caricia

que se pierde en el aire,

que pasa casi inadvertida

por quien no captó

ese gesto cómplice,

esa mirada oscura

que se sumerge

en lo aún más oscuro

de su propia noche.

Pero la vida que existió...

hoy ya no existe.

Y está muerta la mujer

que alguna vez 

sintió que la pasión

encendía su piel 

cuando tus manos

en un descuido,

siempre casi sin querer,

rozaban apenas

el cuenco de sus manos.

Así que está bien...

toma el picaporte de la puerta

que afuera te está esperando

ese presente que no tiene mis labios,

a quien seguro también

se le estremece la piel

y el alma a tu contacto.

¡Ya basta para mi!

Yo, me quedo aquí,

hoy no te acompaño...

cierra bien la puerta por fuera,

tengo que echarle llave

al cofre del pasado.