Hector Adolfo Campa

El reloj sincroniza su pálpito.

El reloj sincroniza su pálpito

a la par de nuestra respiración.

Mis manos hurgan entre tu cabello buscando los minutos

que me ha robado el contemplar tu ser,

y encuentran un momento,

un íntimo segundo que se viene iracundo contra mí.

Nuestros cuerpos, bajo ese redoblar lento del minutero,

se encuentran estrechados,

cual si alguna fuerza

nos arrojara el uno contra el otro,

como si tu mundo y el mío

nos empujaran a un rincón pequeñito

donde apenas cabemos los dos.

 u pupila iluminada de enigmas y secretos

se clava sobre mí,

casi sin querer, casi con deseo,

con miedo de alumbrarme

con sus rayos de jade y terciopelo;

y me veo en ellos,

más allá de mi pasado,

mis demonios y mis tiempos.

Me desnuda la fuerza de tu placer,

el inocente espasmo de tu sueño junto a mi insomnio,

la fina espesura de tu aroma

que flota por doquier;

y desnudo, sin carne ni piel,

me descubro sincerando

Aquello que he guardado

para el crujido del tiempo

En mi reino desolado,

te digo estos secretos

resguardados con esmero,

y tú escuchas, tú lo abarcas

y consumes con brazos y labios

que a volar enseñan, y volando van.

El reloj sigue empujando a la tierra,

mientras en mi universo

las estrellas estallan y proliferan,

como lo hacen en tu basto cielo blanco aquellas pecas.

Retumba un segundero en mi pecho,

un segundero que a veces galopa con tu beso,

o se detiene de lleno al escuchar en tu silencio

algún sonido parecido a mi nombre,

parecido al designio

de que entre tú y yo,

el tiempo es sólo un invento absurdo del hombre.