RICARDO ALVAREZ

PIEDRA DE SILENCIO - 2 -MI BELLA CIUDAD

 1- PIEDRA DE SILENCIO

Quizás tu voz callada

sea el dolor en esta piedra de silencio,

declinado precipicio en cataratas lacrimales

fluyendo al abismo de húmedas pestañas.

En el grito mudo, perpetuas espinas se clavan

sobre el faro mustio de la razón que no comprende.

Quizás esta charca anegada de quejidos

enrede entre mis manos rajadas ochavas,

atraviese signos de pesadumbre en el alma

con filosas hileras de navajas inclementes.

Tal vez la indómita bestia desatada

ande galopando sobre mis entrañas

y salpique sangre de mis heridas que no cuajan.

En los tizones la carne es llaga inerte

penetrando hasta los huesos que arden en fogatas

crines de mis corceles briosos.

y en mitad de sombrías penumbras ciegas

trepanen sombras oscuras en mis femeras desgastadas

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2- MI BELLA CIUDAD

 

En las palmeritas calles de mi ciudad

se escabulle la fantasía entre el orden natural

y camina el cielo regando poemarios.

Se palpan los corazones de amplitud halagados

en las siluetas que respiran humanidad.

Duerme solferina la estrella ocular.

Insomne se descubre y magna deambula

al transito diario que dibuja la luna y

sobre los árboles gorgotea la osa polar.

La puerta de una iglesia es pedestal

para el hombre mendigo y el niño descalzo,

en mi golpea el latido de la calle y mi abrazo.

Son ramas juntas de todos los brazos

ocupados en la balanza de la equidad.

 

El vértigo de mi ciudad es un enigma

de esfinge en cinco esquinas. Atrapa los silencios

precipitados y expulsa palabras depuradas

tras cada ventana que supera los esfuerzos

sin la redención a las magas macabras y en

las caras ausentes, brilla la historia en paradigma.

La noche se mete tranquila en su cama con serenidad

porque todo tiempo es fiel reloj del presente,

cuando las dadivosas siluetas se saludan de frente

y el murmullo roza la espuma en la piel de mi ciudad.

 

Se adelgazaron añejas botas de fuego y furia.

Mi ciudad recuperó el alcohol de las vides en sus uvas

y los colgajos recostaron su parral sin angustia.

Las panzas  redondas de toneles sin hambruna

aplastaron empedrados tristes, y en el agua de las púrpuras

el fragmento de una lagrima armó su puerto de ironía.

Mi ciudad es esa que llaman conquistada por los astros,

el rebelde reino de orgullo que no tiene precio,

en ese cielo rojo que tanto amo y aprecio

andan mis amigos y amores.

Mis sueños de un antes recostados en el asfalto.

Mi ciudad usa de epónimo la belleza.

Luce en sus calles valor y entereza, y

cercada por sus ríos se nombra Gualeguaychú

le guste o no al insípido paladar gobernado del sin canto,

acarrea tierno brillo de lentejuelas y Carnaval

y la férrea oposición al viento antiecologista y su vendaval.

 

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