Arenita.

Ábrele la puerta.

Ayer amaneciste como siempre;

la monotonía te cobró a ti también

ay... tú que eras tan cercana,

tan esencial, tan fina y dulce...

defensora de los besos y caricias.

Embajadora de los roces... sin quererlos;

olvidaste todo lo que afirmabas

y pusiste tus creencias a tender.

Se te olvidó que a veces, cuando tiende uno,

se le antoja al buen Dios de hacer llover.

Tu defensa quedó pálida y lóbrega,

pues se te olvidó sacarla del tendedero...

y se llenó de esa lluvia que está ciega.

Ahora no ves, porque lo ves todo...

no sientes porque buscas sentir.

No vives, porque no sabes hacerlo...

no ríes, porque quieres reír.

Y se te ha olvidado,

que lo esencial no es verlo todo.

Y te encerraste en tu propia en tu propia pieza imaginaria.

A tus muros les colgaste tus canciones,

y al piso lo enceraste en melodías.

Construíste con acero una coraza,

sin dejar pasar a la alegría.

Busca oír mejor las simples cosas,

deja que tu encierro sea ameno,

y los zorros que hoy espantan mariposas

dejarán de resbalarse en melodías.

Entonces oirás los tercos arañazos

en tu coraza, imposible de indagar

pero aunque esté oscuro ese momento...

simplemente no te dejes asustar.

Deja escapar las canciones de tus muros,

pon alfombra a tus melodías.

Oye bien, amotinados arañazos.

 

Pon a tender tu coraza,

y ábrele la puerta a la alegría.