Oscar Perez

La misión

La misión

 

Y es esta la misión, la de unos indios

que han de quemar el mar por ver el fondo,

que sin aurora alguna han de abrazarse

al sol que en ellos late para alzar un nuevo día.

Son toscos, son benignos, tienen trajes

sacados de las tiendas más baratas

y niños en la escuela más sencilla

y mapas de un dolor que da al tesoro.

No creen en la prensa ni en las cortes,

trabajan de abogados fabricando sillas,

de médicos vendiendo sepulturas,

de nobles que caminan entre harapos,

de pueblo sin disfraz ni candidatos,

de niños que comprenden de injusticia.

Es dura su misión, ser ellos mismos,

ya extintos, ya juzgados por ser pobres,

ya envueltos en corbatas y en iglesias

con el mismo color de los viejos opresores.

Y luchan sin saber por qué los corren,

por qué no es suyo el territorio que los nutre,

y del que les robaron las raíces

como si fueran los extranjeros ante quien vino de lejos,

los exiliados ante quien quema sus tierras

y en el gran Santiago con una piedra

cree darles, esculpido, un justo sitio.

Somos los indios, de apellidos españoles,

de rasgos de la mezcla entre oriundos y foráneos,

entre sastres con espada y aborígenes con frutos,

con taparrabos, con flechas semejantes a una estrella,

entre sobrios y soberbios en el potro de la historia,

entre libres y cautivos en las manos del que sueña.

Y es nuestra la misión, librarnos todos,

saber que aquel del libro es nuestro hermano

y que el de la sonrisa es nuestro amigo

y el de nuestro abrazo es quien combate

por la felicidad que tiene el fuego originario

y por el noble amor de la misión de quien cultiva

su voz en claro nombre de su amada y vieja tierra.

 

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03 09 14