Raúl Daniel

Hoy tampoco viniste a visitarme... (cruzada por la vida)

 

Hoy tampoco viniste a visitarme ni me trajiste caramelos,

ni flores, ni las fotos del álbum viejo (que siempre te reclamo),

donde están perpetuados ¡tantos!, entre ellos: tus abuelos...

los cuatro, con tu padre... tus tíos: mis hermanos...

 

Pero no me hubiera importado tanto que me trajeras esas cosas,

lo que yo quería en realidad era solamente verte...

darte un beso, mirarte largamente a los ojos...

tomarte las manos por un rato... y por qué no... acariciarte.

 

Me dijo la enfermera que hablaste por teléfono,

qué ayer estuviste trabajando hasta muy tarde...

qué vendrán a la casa compañeros de Guillermo,

(Guillermo... tu marido o sea mi yerno...)

 

Yo te comprendo, ¡sí!, porqué también fui joven y con “mi viejo”

nos gustaba ir de compras los domingos al mercado... ¡es muy romántico!,

solitos, sin ustedes, (porqué mi madre se quedaba a cuidarlos);

¿quién se los cuida ahora a ustedes, que yo ya no estoy?,

me preocupa mucho que pueda llegar a pasarles algo...

 

Ayer justamente me estuve recordando, ¡que yo también trabajé mucho!,

cuando ustedes eran chicos, porque no quería que nada les faltase,

ni ropas ni alimentos ni remedios ni elementos escolares...

así que ayudaba a tu padre en su taller, y, mientras él remendaba los zapatos,

yo cepillaba, limpiaba, ordenaba, atendía los clientes que llegaban...

 

En el hogar debía cocinar, lavar, planchar, limpiar toda la casa,

mientras tu padre los ayudaba a estudiar, o jugaba o los paseaba...

¡Qué hermoso fue verlos crecer!, ¡cuánto amor (había sido)

que había que tener para formar una familia!

 

La enfermedad que me ha tomado no me deja a veces recordar,

pero lo intento siempre y por momentos puedo ver muy claramente:

la gran sala comedor en que cada domingo comíamos “la pasta”,

a veces era “asado”, sobre todo, cuando “entraba más plata”

¡y lo podíamos comprar!..

 

Yo te comprendo, hija, créelo, y no te aflijas, que las madres comprendemos siempre...

te seguiré esperando, tal vez vengas el próximo domingo y traigas a tus hijos,

¡extraño tanto a mis queridos nietos, aquí en el hogar de ancianos todo es triste,

y uno a uno mis compañeros de infortunio van muriendo...

si trajeras a los niños habría un rato de bullicio y alegría a los viejos...

 

¡Cuídate mucho mi pequeña!.. ¡mira que yo ya no puedo prepararte los remedios!,

que no puedo pasearme por las noches, velando para proteger tu sueño...

como lo hacía cuando estabas enferma, o cuando casi perdiste al más pequeño...

 

Aunque a veces pienso, que podría llegar, del alzheimer, a curarme,

y salir de este encierro[1]... para volver a tu casa y ¡ayudarte como antes!

 

 

[1] Otra de las caras que muestra el creciente desamor de nuestra degradada y deprimente sociedad materialista es el creciente número de “asilos de ancianos”, a dónde van a parar los que nos dieron la vida.. todos los temas de maltrato o abandono que tratamos en esta cruzada tienen su dejo triste o de horror.. éste me produce asco..