Raúl Daniel

¡Qué pena! (Cruzada por la vida)

 

¡Qué pena!,[1]

¡No corriges a tu hijo!, ¡Qué pena!,

¡Y te crees una madre buena!...

Te voy a contar una historia,

algo que sucedió en Norteamérica:

 

“Estaba un reo condenado a muerte,

más varias sentencias a cadena perpetua;

era un asesino de los peores vistos,

implacable y sin ningún escrúpulo.

 

Robaba, violaba, asaltaba y mataba,

consumado estupros,

y, hasta había secuestrado

a varias personas y también torturado.

No tenía opción de perdón,

y, en muy pocos días sería ejecutado.

 

Pero, como se estila por todo el orbe,

se le preguntó, si tal vez tendría un último deseo,

que si era posible, se lo cumplirían,

y pidió a su madre, que quería verla.

 

Era tan terrible, este delincuente, tan intemperante,

que, aunque prisionero, no podían soltarle,

y lo encadenaban y ponían esposas.

Así maniatado, así atajado, recibió a su madre.

 

Al tenerla al lado, le pidió acercarse,

¿Qué madre no quiere dar un beso a su hijo?,

más, de despedida, y arrimó su cara.

El ya condenado ¡le mordió la oreja

y arrancó de cuajo!, y dijo gritando:

 

-¡Tú eres la culpable!, porque me dejaste

hacer mis caprichos y no me corregías

cuando era niño, ahora recibo

el pago de tu ignorancia,

¡de la estupidez con que criaste hijos!”

 

No quiero asustarte, pero he visto casos,

salir delincuentes de hogares decentes,

por un solo error, ¡Ser muy tolerantes!,

¡Mujeres que creen que su hijo es Dios!,

y ¡no lo corrigen cuando aún es tiempo!

 

¡Con vara hay que darles!, se lee en la Biblia,

y no es tan feo este consejo;

el mundo castiga con hierro

cuando lo hace luego.

 

Te veo, ahora, criando, ¡Sé más responsable!,

que, los niños, ¡es muy prontamente

que se hacen grandes!;

y, ¡no son juguetes que te diera nadie!;

¡Ellos son personas que te fueron puestas

para su cuidado!, y, Dios y la vida,

habrán de pasarte la cuenta,

cuando llegue el tiempo, ¡y ya sea tarde!

 

 


[1] No hay escuelas para padres, ni colegios ni carreras universitarias para graduarse de padres, como tampoco de esposos. Esas cátedras se imparten en el hogar, y, los errores que se cometen al criar los hijos, todos, se pueden catalogar como desprotección, porque la sobreprotección incluso, la permisividad también conlleva la consecuencia nefasta de la mala formación en la personalidad del niño, que sí o sí sufrirá y hará sufrir por la repetición de los errores cometidos.