Raúl Daniel

“Después va a seguirles mamá...” (Cruzada por la Vida)

 

Sus hijos eran chicos y yo era su vecino,

me acuerdo que su marido se mataba trabajando,

mi hermana, que era su amiga me supo contar algo;

pero yo me acuerdo señora, y ato cabos.

 

Usted solía salir a eso de la media mañana,

y le encargaba a mi hermana que vigilara su casa.

¿y sus chicos?, ¡ahí quedaban!;

solos, encerraditos y con dos vueltas de llave.

 

Usted tomaba la calle y en la otra cuadra doblaba.

 

Su esposo no sabía nada, los niños no le contaban,

por más que algunas veces él solía preguntarles;

usted les ponía miedo, les amenazaba con señas,

y les hacía mentir como si nada pasara.

 

Yo no prestaba atención y no era asunto mío,

aunque, la verdad, le digo, sus hijos me daban lástima.

Dos o tres horas después, cuando usted regresaba,

si se habían portado bien, con un dulce los compraba.

 

Si ellos habían peleado, cosa que solía pasar,

otra vecina del fondo se enteraba por los gritos,

y se lo sabía contar. Entonces tomaba un cinto

y a los dos los castigaba.

 

Él era un niño de ocho, dos menos tenía su hermana,

me acuerdo bien sus miradas, siempre tristes, apagadas;

también me acuerdo, en sus piernas,

como quedaban las marcas.

 

Ayer me contó mi hermana, que su hijo vive lejos,

que su hija está internada en un hospital siquiátrico,

que no hay quien la visite ni la invite a su casa;

que apenas puede dormir, ya viuda y entrada en años.

 

Y, ¿qué le puedo decir?, no sólo usted está sola,

hay más gente por ahí viviendo vidas erradas,

no dando vida a sus hijos, todos los que Dios les manda,

(aunque no sean del marido), y ahora, ¿quién la acompaña?

 

Algo más solía hacer, pero era por las tardes,

dos o tres veces en la semana: Se los llevaba al cine,

y los hacía entrar confundidos con la gente,

¡sin pagar siquiera entrada!

 

Y les decía: -“Después va a seguirles mamá”.

Pero ellos no la hallaban, hasta que sí, al final,

al terminar la función, en el gran salón de acceso,

la encontraban aguardándolos, ¡como por arte de magia!

 

Me contó también mi hermana que usted se pasa llorando,

que no quiere morir en pecado, que tan mal se ha portado,

que teme enfrentar a Dios, que anda buscando consejo,

y bueno, tomo la posta, ya que también yo soy viejo.

 

Podría ir a una iglesia, buscar un cura piadoso...

(o lo mismo un pastor), pero para que esto funcione

es necesaria la fe, y tengo entendido que,

de tanto pasar mintiendo, ¡cree a todos mentirosos!

 

De los hijos ni pensar, el mayor se encuentra lejos,

su hija está demente, y dice por ahí la gente

que ¡otros nueve abortó!, se pone feo este asunto,

poco amor hay en el mundo y usted muy poco amor dio.

 

Me declaro incompetente: ¡Arregle nomás con Dios!