Carlos Fernando

A dónde encuentro a Dios

EPÍGRAFE

…11 Entonces El dijo:

Sal y ponte en el monte delante del SEÑOR.

Y he aquí que el SEÑOR pasaba.

Después del viento, un terremoto;

pero el SEÑOR

no estaba en el terremoto.

12 Después del terremoto,

un fuego; pero el SEÑOR

no estaba en el fuego.

Y después del fuego,

el susurro de una brisa apacible… 

1 Reyes 19:11-12


 

 

Entró en el solemne recinto de una iglesia,

fue penetrando lentamente el silencio reverente

de los piadosos que postrados de hinojos

sobre los almohadones cubiertos de vinilo

los cuales, ex profeso estaban puestos

en las enormes bancas clericales de caoba.

 

Recorrió la roja alfombra extendida

desde el vestíbulo hasta llegar al borde

del crucero. Su padre lo llevaba de la mano.

Penetrando hasta estimular su olfato,

los perfumes de inciensos en sahumerio,

le quedaron tan profundamente impresos,

que aun le parece aspirar su aroma.

 

Pasados los años, un día salió corriendo

de un recinto así, impulsado por el regaño

de un intransigente cura que a punta de

patadas pretendía le confesara sus pecados. 

 

Tiempo después, un día volvió, buscando

al dios que se escondía, detrás de los retablos,

de imágenes de vírgenes y santos. Y no lo halló.

 

Fatigado del camino, sediento y muerto

de hambre, alzó sus ojos a los montes

y a Los Cielos la voz buscando auxilio.

 

Una puerta se abrió dejando que saliera

la música y la danza de algunos que de tal

manera  con cantos y gritos alababan a su dios.

 

Entró con decisión por esa puerta. Y buscó

agradar a Dios leyendo con devoción la

Santa Escritura sin dudar como Verdad

Suprema, guía para conocer Su Voluntad.

 

Y hacerla. Con obediencia  ciega se dedicó

sincero a obedecer lo que se le pidiera hacer.

Creyendo a Dios hallado, salió a contarle

al mundo allá en las calles  a llamar a otros

como él sedientos de consuelo y de saber.      

 

 Aquellos píos no eran sujetos tan solemnes,

festivos y sonrientes gritando a voz en cuello,

su apasionado amor por dios, pero vacíos.

Como nubes blancas sin lluvia ni gotas de rocío.

 

 

Años pasó devoto en tal recinto, clamando el

Nombre aprendido y que pensó era correcto

para invocar a Dios. Pero nada fuera de lo

común acontecía a pesar de tanta devoción.

 

Y preguntó en silencio: por qué.  Dios mío,

te has vuelto a esconder de mis esfuerzos.

Indagó noche y día por la respuesta, ayunó

porque ni tiempo tenía de comer ni dormir

 

En su pesquisa, halló contradicciones, mentiras

encontró tradiciones y leyendas, pero no

hallaba a Dios. Con profunda vergüenza de su

parte, hubo confesar que aun llegó a dudar.

 

Subió con fatiga estoica montes, descendía a

las más aterradoras profundidades en sus dudas.

Revolvió libros y pergaminos buscando pruebas.

Pero nada encontró que fuera irrefutable.


Consultó con sabios y entendidos, farsantes

y espurios expuso ante su vista, a hechiceros

y mercaderes de la fe, que con sutiles morales

extorciones levantan sus imperios persiguió.

Pero él, seguía sin poder hallar al Dios Sublime.

 

Un día, el desconsolado miserable, detuvo su

pesquisa interminable. Y una voz  susurrante

de su interior le dice: ¿Acaso has buscado en la

profundidad de tu interior en dónde estoy?

 

 

sábado, 16 de agosto de 2014

10:35 a.m.