Raúl Daniel

Carlitos limpiavidrios...

  

Carlitos ya se levanta a las seis de la mañana,

no desayuna nada porque sus padres no están,

ellos más temprano se van a recorrer por el centro,

para juntar las latitas, los cartones, botellitas

y basura en general...

 

También él sale enseguida, va a la casa de su abuela,

allí se preparará para ir a la tarde a la escuela,

pero tiene que ir temprano, para “ligar[1]” del cocido,

comer galleta o pan... allí viven cinco primos...

y se tiene que apurar...

 

Carlitos hace los mandados porque ya cumplió los once,

sus primos son más pequeños y su abuela lo ocupa,

después hará los deberes que ayer les dio la maestra...

un mandado a la vecina... ¡cosa que tiene propina!,

¡para merienda escolar!

 

Muy bien no entiende la escuela, y más,

a veces se ha preguntado que ¡para que es qué va!,

si él ya tiene un trabajo, de noche, con su papá...

botellita, detergente, una escobilla de goma...

en el semáforo de la terminal.

 

A eso de las diecinueve horas se lo puede ver llegar,

su viejo chicle en la boca que no deja de mascar,

su cara de niño grande, sus zapatillas de playa,

sin hablar una palabra a los que también están,

procurando por su pan...

 

Limpia vidrios... parabrisas... que ni hay necesidad,

pero Carlitos los limpia... adelante y atrás...

“-Deme unas moneditas... ¡lo que usted quiera nomás!”

y enseguida al siguiente coche, que, lo quiera o no lo quiera,

lo está esperando detrás.

 

Su papá está haciendo lo mismo a dos cuadras más allá,

donde hay otro semáforo y otros autos que limpiar,

su papá también trabaja, lo mismo que su mamá,

ella con su hermanita recorren con el carrito,

(juntan para reciclar).

 

Y cuando ya son las doce (y autos no pasan más),

cuentan las moneditas Carlitos y su papá...

“-¡Tú eres el más valiente, nuestro héroe y presidente!”,

le dicen siempre, contentos, su papá y su mamá,

“-¡A ti siempre te dan más!”

 

Cuando se pone a llover siente dos cosas distintas,

una es la alegría de no ir a trabajar, la otra muy diferente,

porque sabe que su gente espera por su platita,

y si no puede limpiar no tendrán para comprar...

¡y habrá menos de cenar!

 

Algunas que otras veces el sol le juega en sus rulos,

él no sabe qué le pasa ni entiende por qué ese nudo

se hace en su garganta, ni porqué mira los árboles,

ni qué quiere, ni que busca, y pelea con una lágrima,

pretendiendo hacerse el rudo.

 

Al paisaje cotidiano ya está bien acostumbrado,

vendedores ambulantes, canillitas y fruteros...

cada cosa está en su sitio y cada individuo en su puesto...

los vendedores de chipa[2] le dan a mitad de precio...

(y él se aprovecha de eso...)

 

Algunas empanaditas compradas en una esquina,

alguna chica que pasa (y él ni sabe que le mira),

cansancio en todo su cuerpo (y en el alma la fatiga),

y con el futuro incierto... (tal vez en dos o tres años

¡ya vaya a la otra esquina!)

 

(Y, allí sí, con su papá, ¡sea más alegre su vida!)

 


[1] Que le toque o que le alcance (coloquial Argentina y Paraguay).

[2] Torta típica paraguaya de harina de maíz, mandioca y queso.