LIZ ABRIL

ALAS

No. Yo no quiero pensar en la muerte.

No en esa muerte con la que acaba todo.

En esa palabra oculta y prohibida

en todas las preguntas.

En esa extraña palabra que encierra

lo desconocido y al mismo tiempo 

lo más certero que tenemos en la vida.

Yo me río del empeño de la muerte

por acabar con todas las cosas.

La muerte no es más 

que una etapa de la misma vida.

El fin que marca otro comienzo.

¿Miedo? No le tengo miedo.

Me da más miedo el dolor de la carne,

el dolor del cuerpo cuando se convierte

en un envase que no sirve. 

Pero pienso también que si el alma

es fuerte y está en paz... 

será más fácil tolerar cualquier dolor.

Yo no quiero pensar en la muerte.

Prefiero pensar en la vida

después de la vida.

Prefiero pensar en el amor

que sobrevive a cualquier ausencia.

Prefiero pensar en la huella

invisible de mis pasos,

en los recuerdos que construyo

como un alfarero.

En las palabras como ecos

que retumbarán en los oídos

de quienes las escuchen.

En las caricias que emigraron

como aves sedientas

en busca de otras almas. 

La muerte sólo es una transformación.

Hoy estoy atrapada en éste cuerpo,

pendiente de todas las cosas...

atenta a todas las batallas

de un ir y venir por un camino incierto.

Hoy estoy encerrada en este cuerpo...

que no me permite a veces ir muy lejos.

Atada a cuestiones materiales,

aún sin quererlo.

Porque aunque no me importe mucho,

el hecho de vivir implica

acatar algunas reglas.

Sobrevivo a veces,

otras estoy viva.

Soy una oruga que en silencio

prepara sus alas.

Estoy en mi capullo, alimentándome.

Algún día... estaré lista

y emprenderé ese esperado vuelo.

Los seres queridos que se mueren,

sólo emprenden un viaje

al cual no podemos acompañarlos.

Pero nos dejan parte de la vida

que compartieron con nosotros

en un rincón del corazón.

Y sólo se llevan de equipaje nuestro amor.

Y el amor, amigos, no es otra cosa

que las alas que se necesitan

para llegar hasta Dios.