Raúl Daniel

Trabajador de la calle

 

¡Alma simple...! no pudiste engalanarte

con las poesías de Homero o la filosofía de Sartre.

¡Macatero[1]...! trabajador y gitano, ¡todo un aventurero!

sin paredes y sin techo, sólo paisajes y cielo...

 

¡Frutero... Verdulero...! que tus manos se curtieron

y la piel se te hizo cuero, ¡Manzanas, peras, bananas!,

sin canto ni melodía, tu voz sólo grita precios.

 

Diarios, veladores, ceniceros, lápices y cuadernos,

mates, bombillas, espejos, accesorios de automóviles,

para vender: ¡todo es bueno!... ¡qué no llueva!,

¡qué no llueva! es el permanente ruego, y si llueve;

¡los paraguas te oirá pregonar el pueblo!

 

No tuviste, como otros, mejor oportunidad,

poca escuela, menos colegio y ni siquiera

en los sueños pensaste en la facultad.

 

Trabajador de la calle, te llueve el sol, las palomas,

las hojas secas de otoño; y los salvajes aromas

se mezclan, de las ciudades, con el gas, los azahares

y en tu faz, como regalo, envueltos

y con gran moño te revelan sus verdades.

 

Trabajador de la calle, sicólogo sin diploma,

gran actor, cuyo escenario no son las tablas de un teatro;

soldado de ningún ejército, batallas por el pan diario...

Alma simple, no pudiste engalanarte con rimas, ciencia

y tu pobre artesanía ¡“Made in Hong Kong” tiene escrita!

 

Trabajador de la calle: ven, acércate a mi auto,

regálame tu sonrisa, y véndeme cualquier cosa

para llevar a mi esposa, a los chicos o comerla,

o ¡límpiame el parabrisas!, que hoy me pagaron el sueldo

¡y quiero darte dinero!

 


[1] En Paraguay dícese del vendedor ambulante.